El concepto de humildad, o las experiencias de esta virtud, aparecen más de treinta (30) veces en la Santa Biblia; más aun, hay múltiples instantes donde se refiere, o se sugiere dicha condición de comportamiento; o bien, lo que es contrario, sea: soberbia, ostentación, arrogancia, el culto personal al “yo”, que en verdad es: la falta de calidad humana de mansedumbre.
Humildad es la actitud de la persona que no presume de quién es por su condición especial, por sus logros, por su ascendencia social, por su nivel académico, su fe y práctica de espiritualidad, u otras prerrogativas de que dispone; más bien, reconoce sus fracasos y debilidades, y actúa sin orgullo ni jactancia. Es una conducta, una forma sencilla de vivir y dejar vivir a otros.
Es una calidad idónea de ser y comportarse. Es tener conciencia y actitud con condescendencia demostrada cabalmente.
La persona humilde es modesta y obra en bien de los demás; se preocupa por el prójimo y lo hace con sencillez de corazón, con buena voluntad y amor. Tiene reconocimiento de sus propias limitaciones y debilidades. Imita a Jesús Nazareno tomando en cuenta lo que el Señor dijo: “Aprenda de mi, que soy paciente y de corazón humilde”. (San Mateo 11: 29).
En el canto “El Magníficat”, atribuido a Santa María, la madre de nuestro Señor Jesucristo, están las siguientes palabras para llamar la atención a los que ostentan poder y orgullo: “Dios derribó a los reyes de los tronos, y puso en alto a los humildes”. (San Lucas 1: 52). Por otro lado, los autores de epístolas, dan pautas para que los cristianos y personas de buena voluntad, tengan conocimiento y clara conciencia de lo que es humildad, y como se vive en esa condición de excelente virtud.
Hay tres momentos notables en los evangelios de ejemplos de la humildad de Jesús el Cristo. Estas son: a) El Maestro lavó los pies de sus discípulos como preámbulo de la Última Cena, y modelo a seguir; Jesús dijo; “Pues, si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”.
[San Lucas 13: 1-15]; b) Esa misma noche (el jueves de la Semana Mayor) antes de la crucifixión, Jesús oró en Getsemaní, diciendo: “Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. [San Lucas 22:42]; y c) Cuando el crucificado dijo la primera palabra en la cruz: “-Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. [Lucas 23:34].