Que el Ser es y la Nada no es, lo heredamos de los griegos, por tanto, el Ser se continúa con el Ser. Sería un absurdo que el Ser estuviese separado del Ser: implicaría la Nada. Causa horror la idea del vacio, de la ausencia del Ser.
Suponemos que entre Ente y Ente algún tipo de Ser existe vinculándolos.
Y fueron los griegos los primeros en plantear la existencia de partículas simples que conformaban todo lo existente: los átomos de Leucipo.
En el siglo XVII Torricelli demostró que el vacío era “algo”, capaz de pesarse. El horror al vacío seguía siendo una intuición que ameritaba encontrar una evidencia contra el no Ser.
Por eso Leibniz al postular sus mónadas estipulaba que no podían ser divisibles, para que fueran efectivamente simples, y Dios colaboraba en su ordenamiento.
Tuvimos que esperar hasta el siglo XX para que el estudio de los átomos tuviera evidencia empírica. Hoy día la investigación demanda tecnologías sofisticadas y caras, como el Acelerador de Partículas en Europa.
La cuestión es averiguar las formas más elementales de la estructura de la realidad. A partir de hallazgos cada vez más complejos de explicar, imposibles de mostrar mediante analogías de sentido común, como los postulados de la Teoría Cuántica, entendemos con gran asombro que posiblemente lo más simple sean las llamadas Super Cuerdas.
Hasta donde sabemos, si en el seno de un átomo su núcleo fuera del tamaño de una naranja, sus electrones girarían a 4 kilómetros de distancia. Entre ellos: Nada.