Homofobia

Homofobia

Homofobia

David Álvarez Martín

Fruto de unas declaraciones de Francisco sobre los derechos civiles de los homosexuales y el debido afecto que merecen en el seno de sus familias, se ha desatado una oleada de expresiones homofóbicas en las redes sociales.

Algunos son homofóbicos viscerales (como hay racistas, xenófobos o misóginos), otros defienden su homofobia en un fundamentalismo bíblico (Levítico 20:13). Estas líneas no van dirigidas a ninguno de esos dos grupos porque no tengo manera de tender un puente racional o espiritual para el diálogo con ellos.

Un tercer grupo son bautizados católicos que se sienten confundidos sobre el tema de la homosexualidad y cuál es la postura de la Iglesia.

Este grupo a partir de las declaraciones de Francisco busca integrar en su experiencia de Fe la postura de nuestro querido Papa.

En gran medida eso ocurre por falta de formación doctrinal (en laicos y clérigos) y un debilitamiento de la experiencia espiritual personal profunda por la beatería de apariencias (lo que algunos llaman populismo religioso).

Comencemos por lo dicho por Francisco. “La gente homosexual tiene derecho a estar en una familia.

Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debería ser expulsado o sentirse miserable por ello” y “Lo que tenemos que crear es una ley de unión civil. De esa manera están cubiertos legalmente.

Yo defendí eso”. Francisco plantea que una persona por ser homosexual no debe ser expulsado de su familia o acosado por quienes están llamados a quererlo y cuidarlo.

Además el Papa plantea que en el plano civil los Estados busquen fórmulas que permitan a personas que viven en parejas homosexuales tengan la protección necesaria en cuanto salud, copropiedad de bienes, herencia, etc.

Lo primero es parte substancial de la doctrina cristiana que brota del Evangelio. Debemos amar al prójimo como a nosotros mismos y nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su prójimo a quien sí ve. Y si esto está fundamentando en que la naturaleza de Dios es el amor, tiene una fuerza mayor en los vínculos familiares, ya que no se puede ser candil en la calle y oscuridad en la casa.

El segundo aspecto tiene que ver con uno de los puntos más luminosos del Concilio Vaticano II que muy pocos católicos leen. El acápite 36 de Gaudium et Spes lo formula claramente. “Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía.  No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado».

El reconocimiento de las parejas homosexuales en las sociedades para proteger sus derechos, al igual que el divorcio, son acciones propias de una sociedad autónoma del control eclesial.

La sociedad política está llamada a garantizar los derechos de todos los habitantes en su territorio en libertad y democracia. Es un orden social deseado por Dios para el crecimiento de las personas.

Los católicos no reconocemos el matrimonio entre personas de un mismo sexo, ni el divorcio, pero no debemos imponer esos criterios a quienes no comparten nuestra experiencia de Fe.

La teocracia no es un régimen para quienes creemos en Jesús, aunque en el pasado muchas veces haya ocurrido así.Quien quiera ser homofóbico por deformación mental, crianza o pecado puede serlo, pero que no diga que lo es por ser católico.

El Papa está en profunda sintonía con el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia en lo que acaba de declarar, pero algunos católicos quieren que Jesucristo sacralice sus prejuicios y sus fobias, sus odios y sus miedos.

Todos estamos llamados a estar siempre en profunda acción de conversión de nuestro corazón, nuestra mente y nuestras acciones.



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