Las relaciones hombre-mujer no están en un punto muerto, sino ahora que “el diablo está metido en la cama”, estas relaciones se están afectando profundamente.
Sea por celos o por locura, es muy difícil explicar esta realidad por la que el hombre ataca y, en general, mata a las mujeres, y viceversa.
Las relaciones entre hombres y mujeres se gobiernan, generalmente, por cánones. Hay cánones en la belleza que es un campo social; en la seducción, que ocupa el campo del deseo, en muchas formas de esta particular relación que los vincula a ambos; no puedo comprender o creer, que los hay en al ámbito de la violencia que se denomina uxoricidio, donde el hombre apuesta a que la mujer es desigual a él, o por lo menos diferente.
Las mujeres pasan miles de horas al año cuidándose el cuerpo, arreglándose, su narcisismo es ilimitado. El hombre hace todo lo posible por convertir ese cuidado en su “botín de guerra”, perfeccionando su “arte de conquistador”.
Los celos no están de moda en estos días.
Lo racional, tanto en hombres como mujeres es que antes que surja la violencia, los celos se habrán convertido en una inteligencia monstruosa.
Por cuanto los celos son propios del amor (en la mujer se expresan hacia adentro, los del hombre hacia afuera), el instinto criminal de los hombres y mujeres surge por la infidelidad, o por el maltrato físico y psicológico que recibe el sexo femenino.
La causa de la violencia contra la mujer está en la vitalidad del cuerpo.
Los tiempos les demandan a las mujeres sacarle demasiado brillo a sus cuerpos; los hombres se embrutecen con las irrealidades del poder, la ilusión por las mujeres.
Si existe un no-poder, entonces es la mujer que lo hace aparecer en el hombre; si por el contario, existe una mujer buena y sencilla, entonces es por fuerza del estilo de hombre que sólo exhala poder y que no se sacia, que emergen los problemas entre ambos.
Ya nadie preserva la alteridad del otro: el otro es otro. Los más convenientes es no penetrar el muro de la identidad ajena: hay amistades peligrosas tanto como relaciones infelices.
Hay hombres mediocres no saben nada del matrimonio, por eso no les gusta el cuarto de baño en común, en desayuno en pijama… Los que se divorcian luego de un matrimonio así, no se hieren entre ellos.
En caso contrario, hay hombres que siguen persiguiendo a la ex pareja con un sentido de propiedad. O sin hacer elogio a las parejas pulcras, será un “fracasado en nada”, uno que también puede cometer crimen de adulterio.
Los hombres que he esbozado aquí, me parecen son muy posibles adúlteros, y las mujeres muy posibles desvergonzadas (¡esas mujeres modernas!).
Así que cuando el hombre mata finalmente a la mujer, luego de un continuo acoso de animal conquistador, o de una única,inesperada y desgraciada vez, lo hace porque cree equivocadamente que tiene derecho a hacerlo.
Hay parejas –y otras que no son parejas–, roídas por el cansancio de los celos, de las pasiones parásitas.
Si prefieren otras tesis, consulten a Vargas Llosa que dijo en una entrevista que el hombre las matas por que le tiene miedo, envidia; o, como expresó PierVittorio Tondelli, en la obra “Camas separadas”, que es por efecto de la “felicidad mundana” y todo lo que eso implica.