Estaba completamente sola; la ciudad dormía; de pronto una profunda melancolía se apoderó de mi ser y sentí unas ahogadas ganas de llorar: llegó la tristeza. Sabía que tocaría mi puerta, conozco los síntomas de su llegada; suelo decir, “que sola me siento” y el llanto fluye.
A la tristeza, debemos atenderla; no llega para que la “añoñemos” y comencemos a lamentarnos, viene a despertar el YO interior; llega para avisar que algo anda mal en tu interior y te prepara, suavemente, para que lo enfrente.
Suelo atenderla, cuando no puedo ser indiferente a sus insistentes llamados; no es agresiva, es sintomática. Esa desolación sigilosa, es una alerta que persigue ayudarnos a ser felices; suele volvernos sentimentales, románticos, soñadores; lo feo lo envuelve de lánguida belleza y pone el llanto a limpiar el alma.
Si la ignora, se transforma en ansiedad; pero si la atiende, te pondrás a evaluar tu vida, el ambiente que te rodea; te vuelve al pasado y proyecta al futuro; en apretada síntesis, va pasando por tu mente escenarios desagradables y hermosos, que tienen que ver con su llegada; te llevas a ponderarlo y buscar respuestas realistas, prácticas, que den alegría a la vida o no se va.
Ese decaimiento espiritual, que es la tristeza, generalmente, suele ser producto de aglutinar situaciones adversas, dolorosas, que, consciente o inconscientemente, evocamos: perdida de un ser querido, de un empleo, ruptura amorosa, enfermedad, etc., surge de resistirnos a aceptar realidades, pero también suele tener pinceladas de añoranzas, de eventos lindos: familia, hijos, la naturaleza, mar, sol, alegrías, el amor, etc.
La tristeza es sentimental ¡le encanta hacer pensar en los seres que ama!, algunos, físicamente lejos pero espiritualmente presente.
Ella es un suave pellizco al alma, para que analice tu interior y reconozca errores; para que cambie de escenario, salga, compartas, te diviertas; busca conectarte con la rutina del diario vivir; que llene de energía positiva tu vida, haciendo lo que te agrada, sin lastimar los demás.
Entonces, comprenderás que la vida tiene vacíos, que hay etapas; que es difícil disfrutar del hoy como el ayer; que ha estado imitando lo que hace feliz a otro, no a ti; evocando eventos negativos, que restan energía; que borraste cosas bellas, ¡que olvidaste a Dios!
Indiscutiblemente, esa desolación te enseñas que, si retomas antiguos contactos, hace vida social, te divierte a tu manera, con actividades que te gustan, deportes, lecturas, juegos, paseos, cocinar, etc.., te llenaras de ánimo y alegría; respiraras profundo, secaras las lágrimas, sonreirás y miraras despejado, el entorno; entonces, de pronto comprendes que se ha marchado la tristeza y te ha dejado en compañía de tu esencia, de tu ser.
¡Hola tristeza! ya no te temo, tú siempre vienes a traerme la grata visita de mi verdadero YO.