La inmigración haitiana, legal o no, padece la hipocresía nuestra. Dizque la rechazamos, pero necesitamos su mano de obra.
Somos renuentes o incapaces de cumplir nuestras leyes de inmigración y trabajo. Los haitianos presionan al sistema de salud, pero si permitimos que entren no podemos negarles asistencia médica.
Ocupan muchos asientos en escuelas y liceos, pero es mejor educarlos e instruirlos que la alternativa de no hacerlo. No convienen guettos como los de palestinos en Israel (salvando diferencias del origen del conflicto) o los judíos hace décadas y musulmanes actualmente en Europa.
Eso fomenta minorías políticas moral y culturalmente distintas. Los países que reciben inmigración inteligentemente procuran integrar y asimilarla para preservar su identidad, valores y cultura. Más que temer nuestra haitianización, evitemos legalmente que entren más de los necesarios.
Diferenciemos a trabajadores temporeros que regresan a Haití y quienes se radican aquí. Con estos últimos, incentivemos su dominicanización (en sentido cultural, no de ciudadanía mientras no califiquen).
Si a los dominicanos se nos permitiera irnos con la facilidad ilegal con que vienen los haitianos, se vacía este país. Muchos “patriotas” se irían.