Este domingo los dominicanos acudimos a las urnas para elegir a las autoridades municipales. Como lo venimos haciendo desde hace décadas, los ciudadanos cumpliremos con nuestro deber cívico.
También, al igual que siempre, felicitaremos la conducta colectiva y el logro del proceso ganará aplausos a la Junta Central Electoral y a todo su personal.
Pero hay otros actores, que no vemos haciendo filas ni son institucionalmente visibles, a los que debemos todos los éxitos electorales de las últimas décadas: los miembros de las mesas de votación.
Se trata de ciudadanos que, durante meses, dedican su tiempo a preparase para que las elecciones transcurran sin percances.
Ese día no sólo permanecen en el puesto, permitiendo a los demás ejercer el sufragio, sino que también cuentan todos y cada uno de los votos que los dominicanos depositamos en las urnas. Son los contadores de nuestra esperanza, y sin ellos la democracia no sería posible.
Me atrevería a decir, sin temor a equivocarme, que el espíritu y compromiso cívico que demuestran es piedra angular del sistema político.
Ninguna de las virtudes que adornan a la comunidad política dominicana tendría sentido en ausencia del trabajo y entrega de los miembros de las mesas.
De poco servirían nuestra voluntad de ejercer el sufragio y la disposición para aceptar los resultados electorales cuando son adversos (bondades poco reconocidas a nuestra sociedad, y menos comunes de lo que pareciera a primera vista) si materialmente no pudiéramos ejercer el voto.
Este domingo votaré por las opciones que me parecen más convincentes, pero no perderé de vista que ejercer ese derecho lo debo a esos ciudadanos que, militantemente, conforman la escuadra que elección tras elección garantiza el voto de todos. Agradezco a esos héroes de la democracia la forma en que la hacen posible.