En este país está faltando el desarrollo del espíritu de comunidad, cooperación y respeto al pluralismo entre la población.
Cuando la responsabilidad desaparece, y nos referimos en términos colectivos e individuales, es un indicio inequívoco de que la sociedad comienza a irse abajo.
Demasiadas situaciones, incluidas costumbres y hábitos de vida a nivel institucional e individual, están en serios cuestionamientos en la sociedad dominicana. Hay un desbalance que raya en lo abismal entre la población joven y de la tercera edad.
En este país hay tantos abusos -a todos los niveles- que se dan casos en los que la autoridad correspondiente ni siquiera se toma la molestia de intentar corregir, y mucho menos erradicar. Eso provoca que estén a la orden del día los incumplimientos de los deberes individuales.
El “dejar hacer” y “dejar pasar”, el conducirse por lo medalaganario, atento a poder y a lo “qué me importa” contribuye al caos, la anarquía y la inseguridad en lo que tiene que ver con la convivencia interpersonal.
Y lo que es peor. Cuando las autoridades no asumen su rol pierden legitimidad y confianza entre los ciudadanos. Las instituciones y la gente no pueden afianzarse en base a la mentira, la diatriba y la sinrazón. Todo eso acumulado contribuye al deterioro, en el terreno que sea.
Constituye una práctica recurrente las violaciones a disposiciones legales que benefician a la ciudadanía. Eso se ve a cada instante, por todas partes, lo que es lo mismo: en todo el territorio nacional.
Hay tantas cosas que andan a la deriva, que son tan ocasionales, que la población ya lo acepta como una costumbre. Comencemos por la justicia (con tantísimos casos pendientes por fallar, y los contratiempos que ello conlleva); los cuestionables servicios a pacientes que acuden a hospitales del Estado; el poco interés de la Policía a denuncias particulares; los casos ruidosos de medio ambiente, quejas de munícipes en los cabildos, etc, etc.
Pero también cosas aparentemente veredes en el día a día, como presenciar vehículos de motor y negocios atravesados en las aceras, obstruyendo el libre derecho al tránsito peatonal; el cotidiano caos con las calles atascadas de vehículos, y sin solución aparente. Cada día suman nuevas unidades.
Por igual, motociclistas transitando encima de las aceras, los que conducen en vía contraria, a lo que se agrega la cotidiana violación a la luz roja en los semáforos, práctica que a diario realizan miles de usuarios; motocicletas con silenciadores recortados, que provocan un ruido ensordecedor para desesperar a cualquiera.
También, es de justicia citar la extracción de arena y otros materiales de construcción en áreas no permitidas por ley; el lenguaje soez usado en programas de radio, en plena calle, a bordo de guaguas, en las escuelas.
Por igual, el irrespeto a los profesores, que en muchas ocasiones no tienen la autoridad moral y civil para corregir a un estudiante en falta. Pero el hecho de que en la nómina profesoral figuren personas no capacitadas para ejercer el magisterio constituye una descomunal retranca para la formación académica de nuestros estudiantes.
La delincuencia no se circunscribe a los atracos a mano armada. El cáncer que esta representa tiene ramificaciones que pueden ser interminables. Y en hacerle frente, la justicia se queda corta.
Hace bastante tiempo que en este país la delincuencia tiene presencia en prácticamente todos los rincones y zonas del territorio nacional. La sociedad debe empoderarse. No tenemos ninguna duda en afirmar que una sociedad civil fuerte es condición esencial para que una democracia sea sustentable.