No se sabe con exactitud a quién o por qué el canciller Roberto Álvarez produjo una aclaración, la semana pasada, en torno a que el Gobierno dominicano no contempla dar refugio a ciudadanos afganos que se encuentran en una situación de vulnerabilidad de sus derechos humanos tras la toma del poder por los talibanes en Afganistán.
La reacción vino luego de que el Departamento de Estado de Estados Unidos divulgó una declaración conjunta en la que establecía que la República Dominicana y alrededor de 70 países se comprometían facilitar la libre salida de ciudadanos afganos y otras nacionalidades que desearan emigrar voluntariamente.
Algún funcionario dominicano debió autorizar la inclusión de nuestro país en esa lista, por lo que habría que preguntarse acerca de a quién le aclaró el ministro de Relaciones Exteriores.
Aunque todavía retumbaba el eco del pronunciamiento del funcionario cuando ya en el fin de semana, República Dominicana volvía a referirse a la situación interna del país de Asia Occidental.
Esta vez en la voz de su embajador ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), José Blanco, condenando el ataque terrorista cerca del aeropuerto de Kabul, en el que murieron al menos 170 personas, entre ellas 13 militares estadounidenses.
En una nación como la nuestra, en la que el turismo y la inversión extranjera son fundamentales para la estabilidad económica, la diplomacia debe caracterizarse por la cautela y la prudencia.
Esto se explica en que el panorama internacional resulta más complejo que antes, a pesar de que los conflictos armados son menos que en el pasado.
Hoy en día se ha pasado, paulatinamente, a acciones más centradas en la desestabilización política y la disrupción económica; son mucho más frecuentes tácticas como la desinformación, el ciberespionaje, la compra-venta de empresas o la imposición de sanciones económicas.
En este sentido, veremos cómo las guerras de carácter comercial o económico se vuelven cada vez más frecuentes y toman un creciente protagonismo en la agenda de los Estados y también de los actores no estatales, especialmente las multinacionales.
La postura se justifica plenamente en que la República Dominicana no representa un jugador geoestratégico a tomar en cuenta en el panorama global, por lo que carece de sentido exponerse a riesgos geopolíticos en una coyuntura económica agravada por la crisis sanitaria generada debido al surgimiento del Covid-19.
El extinto Zbigniew Brzezinski, en su clásico “El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos”, define a los jugadores geoestratégicos activos como aquellos Estados con capacidad y voluntad nacional de ejercer poder o influencia más allá de sus fronteras.
Y establece que los pivotes geopolíticos son los que la importancia se deriva, no de su poder y sus motivaciones, sino de la ubicación geográfica sensible y de las consecuencias que su condición de potencial vulnerabilidad provoca en el comportamiento de los jugadores geoestratégicos.
Los riesgos y amenazas de carácter no estatal aumentarán y tendrán mayor incidencia en nuestras vidas.
Cuestiones como el cambio climático, los ciberataques o los grandes cambios tecnológicos pasarán a tener un papel más relevante en la cotidianidad humana.
El Foro Económico Global agrupa los riesgos que identifica en cinco categorías: económicos, medioambientales, geopolíticos, sociales y tecnológicos.
Respecto a los geopolíticos, pueden incluir acciones de terrorismo en un territorio determinado que vea afectados sus intereses de otro, independientemente de la distancia geográfica que los separe. El mundo es una verdadera aldea global.
No estaría mal que nuestra diplomacia tenga presente que República Dominicana no entra en la configuración de jugador geoestratégico; entonces le corresponde actuar con prudencia y cautela.