Durante muchos años, en cada ocasión que rechacé la aplicación de la “mano dura” contra la delincuencia recibí, con mayor frecuencia que cualquier otra, una desafiante respuesta: “Seguirás diciendo eso hasta que te asalten”. Pues ya no tengo que esperar para responder al órdago.
El miércoles 12 de septiembre, a las 8:30, de la noche, fui asaltado a punta de pistola por dos jovencitos que transitaban en una motocicleta.
Es la primera vez en mi vida que me asaltan y, además, la primera vez que me enseñan un arma con la amenaza de usarla.
Los asaltantes se llevaron cosas materiales y documentos personales. De lo que no pudieron despojarme fue de mi convicción de que la “mano dura” no resolverá nada. Ello por dos motivos distintos, pero relacionados. Uno práctico y otro social.
El primero se desprende de mi experiencia personal. Aunque pueda parecer contradictorio, el acto violento que cometieron los asaltantes transcurrió en total tranquilidad. Con una sola excepción.
En un momento en que actué con más lentitud de la que esperaban, intentando que se llevaran el dinero, pero me dejaran los documentos, el que portaba el revolver me lo enseñó con claridad mientras ambos miraban alrededor con temor. Sí, temor.
La posibilidad de que durante mi tardanza apareciera un policía, o un ciudadano, armado con buenas intenciones y una pistola, era una amenaza para la predictibilidad de la situación. Algo que los ponía en peligro a ellos, por ser quienes recibirían la represalia, y a mí porque en esa ecuación era quien estaba en situación de mayor vulnerabilidad.
Un acto de violencia (aun la legítima que monopoliza el Estado) no me convenía a mí tampoco, que estaba siendo asaltado.
El motivo social es que la violencia policial, o de cualquier tipo, no puede contrarrestar un fenómeno que tiene raíces tan profundas.
Los índices de delincuencia son producto de la falta de oportunidades. Enfrentarlos exige crear las condiciones para que las personas vean recompensado su esfuerzo personal con una vida digna. En ausencia de esto, cada asaltante muerto por la Policía encontrará sustituto y, mientras tanto, los ciudadanos seguiremos bajo el fuego cruzado.
Nada de lo anterior desestima la responsabilidad personal de quien decide asaltar a otro. Los hechos individuales tienen que encontrar sanciones individuales.
Pero el problema de la violencia no terminará hasta que atendamos los factores sociales. La fiebre no está en la sábana.