Hace unos días una persona, comentando una publicación en mi página de Facebook sobre las barbaridades del gobierno, expresó: “¿Hasta dónde van a llegar?”
Mi respuesta fue muy breve: “Hasta donde nosotros les dejemos llegar”.
El actual gobierno ha demostrado una completa falta de escrúpulos. Imagínense, tragarse un tiburón podrido y ni siquiera eructar. Qué podemos esperar de aquellos que endeudan a nuestro país sin misericordia, y entregan nuestros recursos naturales a multinacionales depredadoras.
Unos gobernantes que se roban miles de millones mientras mueren niños en hospitales por falta de medicamentos básicos; que sobrevalúan obras mientras personas se matan por hoyos y falta de señalización en calles y autopistas.
Pretender que ellos mismos frenen ese depravado tren de robo e impunidad, es como pedirle a un perro rabioso que se amarre el mismo. Esperar que algo en sus oscuros corazones les haga tener “clemencia”, es una ingenuidad imperdonable.
Ellos no van a parar… Nosotros tenemos que pararlos.
¿Cómo podemos esperar que los indolentes actúen bien, cuando a quienes nos duele les dejamos hacer y deshacer?
Estamos a la vuelta de la esquina de un proceso electoral.
Tenemos, básicamente, dos opciones: decir “esto no lo cambia nadie” y quedarnos de brazos cruzados como unos cobardes, o asumir el compromiso de producir un cambio en las urnas. Para lo primero no se requiere mucho esfuerzo, es lo más cómodo e irresponsable. Para lo segundo se necesitará mucho esfuerzo, mucha inteligencia y sobre todo mucha unidad.
¡Claro que podemos sacar a esta gente de ahí! Lo que no podemos es soñar que van a salir ellos solitos. Algunos prefieren suponer que algo es imposible, para ahorrarse la molestia de intentarlo. Otros esperan que alguien venga a hacer por ellos lo que ellos no hacen por sí mismos.
Los cambios no se producen de forma espontánea ni milagrosa. Los cambios hay que producirlos.
Ahora, les hago la pregunta a ustedes: ¿hasta dónde van a llegar?
