Nuestra presunción nos ha convertido en un país de avergonzados y abochornados. Nos avergüenza y abochorna sobremanera: no estar al día con la moda o la tecnología, no tener un vehículo o celular moderno, esperar la devuelta que nos corresponde cuando pagamos en algún establecimiento comercial, rechazar las mentas o cajetillas de fósforos que nos dan por ella; no retribuir con una jugosa propina a quien nos ofrece cualquier tipo de servicio, aunque esa persona reciba un salario por su función, reclamar nuestro derecho aun cuando sabemos que el mismo nos asiste.
Incluso, pagamos satisfechos y orondos por servicios que nunca recibimos, sólo para mostrarles a los amigos y allegados que estamos vacunados contra la ridiculez.
Nunca he visto ni escuchado a los clientes de expendios de comidas rápidas, como Mcdonald’s o Burguer King, averiguando por qué dichos establecimientos cobran el 10% o el 15% de propina que establece la ley para los camareros que sirven en restaurantes.
Comprar en ese tipo de negocios es lo mismo que hacerlo en un colmado, una farmacia, una tienda o una fritura cualquiera de la ciudad, donde los clientes se colocan frente a los mostradores a esperar que el dependiente les entregue el producto por el cual previamente han pagado.
Lo triste es que quien ose reclamar cualquiera de los derechos antes mencionados, es tildado de miserable y tacaño por quienes lo rodean.
Es preocupante vivir en una sociedad donde alguien te pide la hora sólo para enterarse de la marca del reloj que llevas en la muñeca; donde las casas tienen marquesinas para exhibir los vehículos, no garajes para protegerlos, como ocurre en países de gente menos ostentosa.
En República Dominicana la mayoría de los productos de fabricación nacional gozan del desprecio de las clases media y alta, acercándonos así a una práctica consumista de orientación foránea que va en detrimento de la industria criolla. Esos mismos sectores sociales han alimentado la idea de que una yipeta representa mejor al individuo que sus valores morales y su formación académica.
Y qué decir de quienes habiendo nacido en una miseria espantosa y, muchas veces, con una educación formal tan mediocre que les impide desempeñar un empleo medianamente remunerado, sueñan con alcanzar una posición social elevada a través del poder económico.
A esos compueblanos poco les preocupa la forma de acumular riquezas, como tampoco les importa el ejercicio de la mendicidad y la mendacidad con tal de lograr su objetivo. Olvidan que esa actitud es, en esencia, una manera de fomentar y patentizar el dolo y la corrupción que tanto han denigrado al país en las últimas décadas.
La presunción es el alimento de los espíritus mediocres.