¿Hasta cuando?

¿Hasta cuando?

¿Hasta cuando?

Roberto Marcallé Abreu

Me detuve a mirarlos por un momento. El rostro, la actitud, una desesperación resignada e impotente. Rostros contrariados, la desesperanza escrita con tinta oscura sobre sus ojos. Es tanto lo que dicen esos gestos sin palabras.

El periódico “Hoy” lo expresa de esta manera: “Los campesinos conocidos como “los peregrinos de El Seibo” se quedaron a la espera de ser recibidos por el Palacio Nacional”.

¿Acaso cuenta o importa un drama tan insignificante en tiempos de borracheras, de elecciones, de celebraciones interminables?

La pregunta es cuántos niños, ancianos, mujeres y enfermos hacinados en lugares inhóspitos e inaccesibles estarán sufriendo en estos mismos momentos angustias y amarguras que no hay palabras con las cuales describir. Sí, y esto tiene lugar en un país cuyas autoridades se presentan como los campeones de la lucha contra la pobreza.

Cuando se cruza por las avenidas de la ciudad capital, una avalancha de muchachitos se acerca al auto con un mensaje desdibujado toscamente en un pedazo de cartón pidiendo cualquier clase de ayuda que usted pueda obsequiarle. La que sea.

Son nuestros niños y nuestros casi adolescentes. No actúan con agresividad, aunque existan sus excepciones. Casi siempre son amables y hasta te sonríen cuando le dejas caer algunas monedas.

Muy cerca de ellos aguardan famélicas y maltratadas mujeres haitianas de rostros abatidos, mostrando sus manos callosas y con cicatrices y con bebés de meses y niños de algunos años.

A su lado y a alta velocidad se desplazan, lujosas e impresionantes, las brillantes carrozas metálicas de millones, de vidrios tintados. Uno presume la arrogancia y la altanería del poder y la riqueza dentro: allí no existen las incómodas realidades del sufrimiento y la necesidad. Mejor es cerrar los ojos.

Se trata de fantasmagorías, de espejismos.
Uno lee y relee, especula, piensa. ¿No hay ojos ni oídos para ver u oír cuanto ocurre o está muy cerca de ocurrir? A todo lo extenso del país, la miseria es catastrófica.

Las cifras oficiales son una farsa. Millones de dominicanos viven en villorrios destartalados que se caen a pedazos, agobiados por toda clase de enfermedades, bebiendo agua contaminada, sin energía eléctrica, atacados por las alimañas, pasando hambre y abandonados a su suerte.

Recorra el país, no los barrios o las torres de los políticos y los adinerados, no las villas turísticas.

En la TV tropieza con las celebraciones y espectáculos de artistas de fama internacional que ganan miles de dólares, sus gestos espectaculares y frenéticos, multitudes de gente vestida “a la moda”, profiriendo aullidos como fieras en celo, mucho mal gusto, alegría química, frenesí, una felicidad grotesca, adulterada.

Ese es nuestro tan comentado progreso y sus manifestaciones de fin de año. El periódico “Hoy” cita los casos de corrupción e impunidad de Odrebecht, el contrato fraudulento del asfalto, la debilidad de la justicia.

Participación Ciudadana se refiere al ejercicio fraudulento de “las primarias”, nadie está conforme con la conducta de la Junta y en todas partes se comentan los vínculos por décadas de las autoridades con el capo narcotraficante César Emilio Peralta.

En Moca se vela a Edwin Castillo, de 28 años, un deportista asesinado a puñaladas. Se demanda al organismo electoral que sancione el uso abusivo de los recursos del Estado.

Casa Abierta se queja por los pocos recursos, cae el turismo, la economía sufre este año un desplome de un 2.6 por ciento, el país tiene 18 años con presupuestos deficitarios, el dólar sube y el 2019 es otro año que pasa sin pena ni gloria. ¿Y qué?
¿Vamos a seguir en lo mismo? ¿Hasta cuándo?



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