Cuando voy al cine -sin importar lugar del ritual- las poéticas de las muertes cinematográficas transmutan a mis pérdidas de seres queridos, de contacto tangencial, o las estrellas admiradas.
La muerte azulada y futurista del replicante Roy Batter en Blade Runner; el viaje final-pero iniciático-de William Blake hacia el encuentro con los espíritus por ese río en Dead Man; la muerte devastadora del niño en Alemania Año Cero; la inminente muerte en el metro neoyorquino de Carlos Brigante en Carlito’s Way. Estas últimas permiten espacio para la fuga. Para escribir desde el embrujo de sus influencias.
Mi encuentro con el pianista, compositor y hombre imprescindible de la música latina Larry Harlow, se produjo a lo mejor en el año 1994. El melómano de la salsa Eugenio Pérez, desde el programa La Súper Tarde por Color Visión, presenta junto a Domingo Bautista el tema Anacaona. Harlow en su piano de cola en medio de una presentación en vivo. Corte al estudio de grabación, liderando con gestos y miradas a los vocalistas: Cheo Feliciano de cantante principal, Ismael Miranda y Adalberto Santiago en los coros. Elipsis también en mi memoria y de seguro el inconsciente me puso en lugares de infancia donde escuchaba Anacaona: en la sala de casa con mi papá o algún Domingo en Cancino en lo de Tía Amanda brechando a los adultos y hojeando la enciclopedia Quillet. Qué se yo. Había oído esa vaina antes. Y ahora la había escuchado. De ahí en más me interesé en la salsa brava. No solo por la estructura musical compleja. La iconografía de resistencia setentera me abrasó. Esa bravura desde los márgenes.
La mayoría de los números musicales que fragmentados ese día presentó Eugenio Pérez, pertenecen a la película musical Our Latin Thing de Leon Gast, amigo y vecino de Larry Harlow, quien a su vez convenció a Gast de la empresa. El dueño del sello disquero Fania, un controvertido judío llamado Jerry Masucci, abrazó la idea de cifrar en celuloide lo especial que estaba siendo el negocio: su socio y brazo artístico operativo y aglutinador de talento inconmensurable, el flautista santiaguero Johnny Pacheco, logró reunir a los mejores cantantes y músicos que reinterpretaron los cuchumil subgéneros que parten de la música cubana. La reinterpretaron vistiéndola de exclusión social a su diáspora; de la resistencia caldeada a Vietnam, y de la identidad latina con todos sus bemoles: santería, peleas de gallos que se funden a las batallas de improvisación entre los cantantes. Sin dudas, Leon Gast supo darle un significado en imágenes de alto vuelo a lo que estaba pasando en el momento: Salsa, le llamaron.
Después de muchísimos años de instrucción salsera-sobre todo en pilares como Blades, Willie, Lavoe y Eddie Palmieri, el mejor-, de juntarme en Villa Juana con varios amigos en el punto del Mameluco, de rechazo esnobista y luego aceptar con muchísimas excusas a la vilipendiada salsa erótica, veo en el año 2007 una repetición del programa de música en vivo Later…with Jools Holland por el canal Film and Arts. Dos pilares del rock como Pete Townsend y Roger Daltrey, interpretan algún tema de The Who. En la tarima de enfrente, las estrellas de Fania, bien entradas en edad.
Sin embargo, llama mi atención que al Jools Holland entrevistar a Larry Harlow, él declara su franca admiración por The Who, diciendo que su álbum Hommy: A Latin Opera es inspiración directa de Tommy, la exitosa ópera rock de la banda inglesa y que se llevó exitosa a la pantalla grande en la notable lente psicodélica de Ken Russell.
“Coño, no sabía de ese álbum de Harlow”. Siempre me refutaba el no saber antes. De la misma forma. Coño por delante siempre. Entendí mucho más la relación de la salsa brava con el rock progresivo. Sus introducciones, tempos largos, prodigiosas tensiones instrumentales y coda con descarga estruendosa. El Hommy ciego, sordo y mudo era percusionista. El mundo sincrético envolvía todo.
El viernes 21 de agosto de 2021, falleció a los 82 años Lawrence Ira Kahn, Larry Harlow. Deja una extensa discografía de la que todavía tengo muchos pendientes. Salsa de 1974, es uno de sus imprescindibles y lo disfruto de cabo a rabo.
Ni hablar de todo lo que hizo con el gran Ismael Miranda-Señor sereno, ¡carajo!-, Junior González o incluso aquel álbum un tanto irregular con el mismísimo Fausto Rey llamado La responsabilidad. No era un hombre de escándalos. Siempre consagrado al montuno, al jazz, la santería y el prodigio de sus dedos.
Por lógica natural, se están muriendo los pilares de la salsa. Claro, es más fácil decir esto desde la distancia. Si Harlow fuera mi padre… Por suerte están sus recuerdos tallados en trascendencia. Para acompañar el dolor. Para que acrisole la memoria robusta y libre, en lugar de la tóxica nostalgia.