A los xenófobos y nacionalistas brutos les parecerá una abominación decirlo o pensarlo, pero la verdad es que un haitiano común y corriente se parece más al dominicano promedio que a cualquier otro ser humano.
Raza, religión, idioma, escolaridad, o cualquier otro rasgo diferenciador aparte, lo que me lleva a esta tremenda afirmación es un defecto de carácter o indicio social en que el dominicano y el haitiano parecen mellizos o conciudadanos: la falta de aprecio o respeto por la Ley y la casi seguridad de impunidad por falta de consecuencias.
Ningún muro entre naciones con flujos migratorios motivados por necesidad, sea económica, política, por guerra o desastres, ha logrado jamás parar o detener las invasiones de inmigrantes ilegales, desde los mongoles hasta las recientes oleadas mediterráneas en Europa.
Lo que mantiene incólume o sana cualquier cultura cuyos ciudadanos deseen preservarla, es su actitud frente a la cohesión social, cuyo fundamento insustituible es la Ley. Sin ordenamiento legal justo y aplicable por igual a todos, cualquier sociedad se disuelve. ¿Queremos haitianizarnos?