Sí, soy partidario 100 % de la lucha cívica, de las protestas pacíficas y de masas en demanda de conquistas específicas y por el respeto de derechos.
Pero también creo que hay ocasiones en que si los de abajo no se sacuden y gritan fuerte, los de arriba ni siquiera se van a molestar en escuchar sus quejas. El respeto se gana.
Hago este planteamiento porque estoy seguro de que en estos días más de un dominicano ha sentido –aunque no lo admita públicamente- admiración (y algo de envidia) por lo que pasa en Haití, donde la gente se ha tirado a las calles a protestar contra el aumento de entre 38 y 51 % en la tarifa de los combustibles dispuesto por el gobierno de Jovenel Moïse a sugerencia del Fondo Monetario Internacional.
Conste que el galón de gasolina en Haití (sin el aumento) es el equivalente a 170.37 pesos, es decir, 71.92 pesos menos que en RD en el caso de la premium y 52.82 la regular.
Las protestas en Haití fueron tan contundentes que el gobierno reculó y dejó sin efecto el aumento, pero ya era tarde, pues el alza de los combustibles fue apenas la gota que rebosó la copa, un abuso en un país donde en los últimos tres años la moneda se ha devaluado hasta un 65 %, empobreciendo aun más –si es que se puede- a los haitianos.
Haití volvió a demostrar que es un pueblo valiente y digno de respeto, a pesar de su ancestral pobreza. Esperemos a ver qué pasa en los próximos días, por lo pronto no tendrán gasolina más cara, ya es algo.
Entretanto, de este lado de la isla, los dominicanos parece que se han acostumbrado a que cada viernes les den un “tablazo” y se limitan a refunfuñar en las redes sociales cuando el gobierno, a través de Industria y Comercio, anuncia los nuevos aumentos a los combustibles.
Mientras allá la cosa está que arde, y a las violentas protestas del fin de semana ha seguido una huelga general ayer y hoy, aquí el pueblo está prácticamente desmovilizado, anestesiado, como si le hubieran puesto “burundanga”.
Por supuesto que esta reflexión para nada es un llamado a la violencia, a que imitemos a los haitianos en el método, pero sí a que el pueblo se sacuda y apoye movimientos cívicos como la Marcha Verde u otra iniciativa pacífica, pero contundente.
A su vez, las autoridades dominicanas y las élites socioeconómicas deberían reflexionar y prestar atención a los reclamos cívicos contra la corrupción y la impunidad, pues sin duda, es preferible el verde de las marchas pacíficas al rojo, amarillo y negro de las llantas en llamas y el consecuente sufrimiento.
Ojalá los dominicanos tengamos la capacidad y la voluntad de cambiar de rumbo, y no nos pase como aquel pueblo a donde los sombreros llegaron cuando ya no quedaban cabezas para llevarlos.