Quien ha dado seguimiento minucioso al conflicto originado en la canalización ilegal del río fronterizo Masacre podrá percatarse de la actitud que ha normado sistemáticamente los sentimientos y actitudes de los «vecinos» del oeste hacia los dominicanos: ambivalencia, simulación, hipocresía, odio y rencores extremos. Y quién sabe si ese oscuro sentimiento que es la envidia.
La quiebra institucional, la profunda frustración de saberse un Estado fallido y sin perspectivas, metas, o un futuro viable, se evidencia de forma sistemática en la actitud de los haitianos y sus declaraciones contradictorias, en las que se exterioriza el discurso malicioso y conveniente, las falsas poses, la mentira.
El número de dominicanos asesinados y mutilados por los haitianos es aterrador. Las parturientas dominicanas son prácticamente expulsadas de las camas de los hospitales a donde van a dar a luz con la complicidad de segundos y terceros, que no merecen ser llamados dominicanos. Es una cuestión para investigar y proceder.
Peor situación se presenta en los empleos que genera la industria de la construcción, las zonas francas, el turismo, la agricultura, el transporte.
En las escuelas dominicanas no hay cupo para los niños dominicanos porque los haitianos ocupan un número escandaloso de plazas.
Textos de historia han sido alterados para “favorecer” las aterradoras y criminales incursiones haitianas en territorio dominicano.
Enfermedades de toda índole, costumbres evidentemente repudiables, tráfico de armas y drogas, ron adulterado con sustancias tóxicas, secuestro y manipulación de empleos contra los dominicanos, promiscuidad. Esa grave situación se presenta en el ámbito turístico, el de la construcción, transporte, comercio, vigilancia de propiedades, para solo citar contados casos.
El tráfico de haitianos crece de forma indetenible con la complicidad de mafias criollas a las cuales sólo importa derivar beneficios espurios. Con el respaldo y apoyo de sectores económica, social y políticamente poderosos, quienes prefieren utilizar haitianos por su estado de extrema necesidad.
Ese trágico desbordamiento ha sido viabilizado por las enigmáticas “facilidades” que para esos propósitos disfrutan algunos funcionarios y las empresas propietarias del transporte colectivo.
Actuando en armonía con los intereses de la República Dominicana, el presidente Abinader ha decidido poner freno a una situación intolerable. Está bien ordenar una rigurosa custodia militar de la frontera.
Esa gente nos odia y en los hechos ha demostrado sus verdaderos sentimientos y propósitos. Ya es hora, asimismo, de que la comunidad internacional asuma la responsabilidad de un Estado fallido que representa un dolor de cabeza para muchos países en los que sus nacionales han hecho acto de presencia, al extremo de que todos y cada uno de ellos (Brasil, Chile, Estados Unidos, México, entre otros) se han visto en la perentoria necesidad de expulsarlos.
El presidente Abinader ha dado muestras de una auténtica actitud patriótica ante esta confrontación. Es preciso terminar el muro fronterizo, militarizar de manera permanente la frontera, incluso contratar personal militar especializado del exterior hasta donde sea necesario.
Es fundamental seguir procediendo de manera firme y sin concesiones, porque, además de provocar graves distorsiones en nuestras instituciones, los haitianos representan un peligro permanente debido, sencillamente, a que el odio y la envidia que llevan dentro les impide coexistir de manera civilizada ni con los dominicanos ni con nadie. Bien hecho por el presidente Abinader al oponerse drásticamente a los desafueros de esa gente.