Para tratar el tema haitiano hay que aprovechar pequeñas treguas y tratar de infundir razón dentro de las posiciones infladas de ambos lados de la isla.
En lo que se atizan los ánimos de nuevo, quizás ayuda repasar un poco.
Nada de lo que República Dominicana ha estado combatiendo se hubiera generado sino se hubiera evacuado una sentencia tan implacable y antihumana como la 168-13, obra de quienes la pronunciaron y los que la promovieron desde su habitual hogar, la penumbra, con fines inconfesables.
Nunca hubiéramos generado un conflicto con ribetes étnicos, si los grandes capitales que utilizaban la mano de obra haitiana como mercancía de escaparate se hubieran preocupado por el destino de aquellos que, finalizadas sus labores, simplemente quedaban a su libre albedrio.
Jamás hubiéramos tenido que destinar cientos de millones de pesos, de ésos que a República Dominicana no le sobran, para que gente que está viva y respira, viviera y respirara con un número de identificación, si los consulados dominicanos en Haití no hubieran sido un mercado de visas hacia el territorio nacional.
En absoluto nos viéramos en esta encrucijada, si los “patriotas de la fuerza” que ocuparon la dirección de migración durante años, hubieran cumplido a cabalidad su labor, agravada porque tradicionalmente un militar que es trasladado a la frontera, un lugar tan inhóspito, curiosamente sonríe cuando le llega la noticia.
Pero también…
Qué bueno sería que Haití reconociera que a pesar de la infame sentencia 168-13, está harto demostrado que el gobierno dominicano, entre otras cosas, aplicando la ley 169-14 ha abordado la situación creada, intenta buscar una salida humana, y no continúe la ingrata campaña de descrédito internacional.
Diferente habría sido el curso de los acontecimientos, si cuando se inició el plan de regularización de extranjeros en suelo dominicano, los nacionales haitianos hubieran tenido algún documento expedido por su país que pudiera servir para saber cómo se llama una persona, dónde y cuándo nació, tal como se quejó amargamente el embajador haitiano Suplicce, ahora destituido.
Cuán noble sería que los dirigentes haitianos, quienes llevan decenas de años torpedeándose unos a otros, pudieran dibujar un proyecto de desarrollo imperfecto como el dominicano, pero que permita, aun sea precariamente, que sus ciudadanos vivan en su territorio y no desesperados por salir de allí.
Bien se sentiría, que siendo República Dominicana el destino natural de escape del pueblo haitiano, los dominicanos no fueran testigos de tan desafortunadas declaraciones de funcionarios haitianos, como las que evacuó el primer ministro Evans Paul y cito: “es difícil pedir a las víctimas que se disculpen con sus torturadores”
Primer ministro: ¿Quién migra donde se le tortura?
A los interlocutores, les digo: sobrepongan la humanidad al orgullo, y hagan a un lado las voces tremendistas, éste es un proceso que está destinado a resolver un problema que nace de la irresponsabilidad y por intereses particulares, afectando a ambas naciones.
Sigamos dialogando.