Haití está sumido en el caos y bajo el control de bandas criminales. La intervención extranjera sucesiva debilitó su Estado a niveles en que ya no tiene capacidad de ejercer eficazmente ninguna de sus atribuciones. Su población, empobrecida, huye despavorida a cualquier lugar donde pueda escapar.
Su territorio se mantiene desintegrado. Y el surgimiento de un liderazgo de dimensión nacional parece lejano.
En estos momentos, Haití luce como un proyecto nacional inviable. Sus actores sociales y económicos no pueden reunir suficiente energía centrípeta como para conducir a su pueblo a algún puerto estable.
Su cohesión social no existe y es obvia la inexistencia de una clase gobernante en capacidad de definir una estrategia de desarrollo nacional. La ingobernabilidad se ha convertido en factor político endémico. Su Estado parece estar vivo pero en verdad no respira. Es un Estado zombi.
El país más pobre del hemisferio ha padecido desastres naturales y, principalmente, un desastre político y social, lo que ha generado una crisis humanitaria de larga duración, que empuja a su población a la diáspora. Los indicadores sociales son impactantes.
Su pobreza sólo es comparable con lo que ocurre en la zona más depauperada de África.
Los haitianos siempre han encontrado una mano solidaria en los dominicanos.
De igual manera hay que reconocer que hacen un significativo aporte a la economía del país. Cientos de miles de brazos aportan sus energías para ser convertidas en riqueza en nuestros campos y ciudades. Esta mano de obra es hoy una necesidad para mantener a flote varios renglones de la economía nacional.
El dominicano es un pueblo solidario, pero lo que puede aportar generosamente es insuficiente para afrontar los problemas haitianos.
Por eso el presidente Abinader ha hecho un llamado a la solidaridad internacional con Haití.
Haití requiere el apoyo internacional.
Requiere acompañamiento, no la intervención, que en la práctica lo único que logró fue potenciar sus vulnerabilidades.
El acompañamiento internacional deberá animar a la intelectualidad haitiana y la diáspora para que sean factor social de cambio, que se ocupe de repensar su realidad y concertar un plan estratégico de largo plazo que debería procurar la conquista de la institucionalidad democrática y alcanzar la vida digna para su población.
Este acompañamiento debería ayudar a que surja una alianza político-social que se proponga recuperar la legitimidad del gobierno, estimulando un pacto nacional por la gobernabilidad con el liderazgo existente, procurando superar los traumas del modelo político parlamentario.
Además, habría que mejorar la capacidad de control y orden por parte de sus fuerzas policiales y lograr mayor inversión extranjera para generar empleos. También ejercer el atributo fiscal, para recaudar e invertir en infraestructura y planes sociales, restablecer el medio ambiente, paliar la insalubridad y documentar la población.
Haití no puede solo. Y lo que puede aportar República Dominicana es limitado. El llamado del presidente Abinader debe constituir una línea de acción del quehacer diplomático para que las respuestas que requiere el hermano país se encuentren en la comunidad internacional.