Los haitianos han tenido la maldición, desde sus orígenes como país, de estar dirigidos por una clase indolente, que actúa de espaldas a su propia gente.
Así fue, por ejemplo, Jean-Jacques Dessalines, que luego de ser “libres” se declaró emperador y básicamente esclavizó de nuevo a su pueblo.
Seguido de Alexandre Pétion y Henri Christophe, quienes, luego de derrocarlo a traición, pusieron a su pueblo a matarse entre sí en lucha por el poder.
Ese mal les persigue hasta hoy día, y es una de las principales razones de la desgracia de ese país, o mejor dicho de ese pueblo, pues la palabra país les queda grande en estos momentos.
Recientemente los representantes del gobierno de transición de Haití rechazaron la invitación de venir a la toma de posesión del presidente Abinader, como chantaje porque República Dominicana tiene cerrado el espacio aéreo fronterizo.
En lugar de ellos agradecer que el gobierno dominicano reconoce la legitimidad de ese consejo de gobierno, hacen gala de su ingratitud.
Un país como el nuestro que gasta miles de millones de pesos en atenciones médicas y educativas para los ciudadanos de su país.
No hay país más solidario con Haití que República Dominica. Pero así son algunas bestias, que muerden la mano de quien les da de comer.
Ojalá algún día, pronto, el pueblo haitiano pueda sacudirse de esa oligarquía inescrupulosa e indolente, que obra con odio y falso orgullo, mientras su pueblo muere de hambre.
El pueblo haitiano es nuestro hermano, pero esa oligarquía gobernante no es hermana ni de su propio pueblo.