Puerto Príncipe.- La hora del carnaval ha llegado a Haití, donde decenas de miles de personas aprovechan estos tres días de fiesta para saborear los nuevos éxitos de sus músicos preferidos, desahogarse y olvidar sus problemas y las polémicas que la inmensa celebración no deja de crear.
Aunque todos saben cuándo es, todo se deja para el último momento. A pesar de ser el mayor evento cultural del país, cada año se nombra un comité provisional de carnaval que se encarga de gestionar, como puede, tanto el aspecto financiero como el artístico.
«Todos los años hay dificultades de planificación, pero todos los años volvemos a hacer lo mismo», admite sonriente Emelie Prophète, la portavoz del comité organizador del carnaval 2018, puesto en marcha hace apenas dos meses.
«La diferencia de este año es que intentamos organizar un carnaval sin deudas. Antes incurríamos en gastos y siempre había proveedores que no cobraban y al año siguiente no querían trabajar para el comité. Y sin embargo les necesitamos, la oferta de servicios es muy limitada», explica Prophète.
«Un carnaval muy político»
Esta improvisación favorece al sector político que, debido a la precariedad del equipo organizativo, puede influir fácilmente en las decisiones más importantes, como la lista de artistas seleccionados para los desfiles nocturnos. «Los cantantes son elegidos porque han participado en el carnaval durante años.
Luego tratamos de seleccionar el merengue (música tradicional haitiana) más popular para amenizar el recorrido. E, inevitablemente, luego está la intervención de los políticos para decir este o aquel grupo. El carnaval es muy político», lamenta Prophet.
Esta politización del carnaval se ha multiplicado desde que Michel Martelly, alias Sweet Micky y estrella de la fiesta en los últimos 20 años, fue presidente de 2011 a 2016.
Para la edición de 2018, la participación del grupo de Michel Martelly ha cristalizado las pasiones. Su legendaria actitud áspera y su propensión a insultar a quienes criticaron su política empujaron a dos ciudades provinciales a vetarlo en sus desfiles.
A pesar de las peticiones de algunas organizaciones feministas, el expresidente desfilará en el recorrido por la inmensa plaza de Champ de Mars, en el corazón de la capital.
El espíritu carnavalesco de libertad total divierte a una mayoría y muchos de los temas compuestos para la ocasión no son indulgentes con los líderes ni con la sociedad.
Ricos y pobres, reunidos
«El carnaval es eso: decimos todo lo que queremos», explica Carel Pedre, que ha creado un sitio en internet y una aplicación móvil en la que ha compilado todos los merengues carnavalescos que le han enviado. Ya va por 800.
«Recibimos muchos que hablan del caso Petrocaribe, de corrupción.
También sobre el gran problema de los residuos. Y hay uno que incluso habla del mal comportamiento de nuestros dirigentes», ríe Pedre.
«A través de todos estos merengues, uno puede hacerse una idea global de la situación del país: un Haití que sufre, que tiene sus problemas políticos pero que celebra y se divierte», explica.
Mientras que Haití es uno de los países más desiguales del planeta, el carnaval reúne a ciudadanos de todos los ámbitos económicos y sociales.
«Sean ricos o pobres, bailamos con las canciones de las mismas bandas. Si todo el año estuviéramos unidos como en estos tres días, seríamos un país desarrollado», zanja Pedre.