El PLD, otrora partido minoritario, esbelto, de cuadros, con gente disciplinada, estudiosa de los fenómenos sociales, de convicciones, con principios, se convirtió paulatinamente -con su entrada al poder hace 23 años- en una masa enorme, un mamut obeso, echado, sedentario, con hambre insaciable y siempre comiendo con gula.
Es un real mastodonte con influencia determinante en todos los estamentos del Estado. Sus manos, cual tentáculos, tocan también a cúpulas privadas que ha capturado, avasallado y sometido, haciéndolas adherirse, callándolas y dejándolas sentadas en la mullida poltrona de los favores gubernamentales.
En la expansión de su cuerpo portentoso también creó sombra para acomodar a entes de la denominada sociedad civil, a antiguos profesionales independientes, formadores de opinión, cabecillas de centros de pensamientos, a quienes les resolvió la vida y les aseguró el retiro.
El PLD lo es todo y está en todas partes.
Le apagó el jacho al PRD, su medio hermano rebelde engendrado por el mismo papá. Tiene al PRM frenado con su caballo de troya, adiestrado para descomponer el ajedrez y -en algún momento- provocarle una hemorragia interna.
Hace tiempo que liquidó al PRSC y apenas dejó unas siglas huecas, un símbolo vacío con un liderazgo opaco, desencajado, con tantos desencuentros y problemas de identidad que hasta causa transfiguraciones y uno no sabe si de repente está ante dirigentes o rockeros trasnochados, de mala muerte.
El PLD es, pues, el país político. Por eso, al ser halados sus intestinos por dos fuerzas antogónicas en sentido contrario, sus pisadas estremecen el suelo, el vaivén provoca movimientos telúricos en la sociedad dominicana, un preludio de que si se desploma dividido en dos mitades, podríamos ser sepultados por un cataclismo de vísceras, heces y toda la miasma del odio acumulado.
Las señales no son nada halagüeñas. Las criaturas que vienen de los partos múltiples del PLD se están desgarrando, los uniformes y las botas han mostrado en el Congreso que el monopolio de la fuerza podría no tener límite. Figuras reconocidas se acribillan entre sí en las redes sociales poniendo a un lado sus responsabilidades institucionales.
Unos sicarios de la moral andan, machete en manos, recorriendo la esfera digital para llevarse de encuentro la cabeza de cualquiera. La posverdad y las ‘fake news’ florecen.
No avizoro mediación sensata, agentes cuerdos que moderen los ánimos. Quienes pudieran ser mediadores son alcahuetes y, de alguna manera, agitadores.
Mientras tanto, el líder nacional, el señor de la casa llamada República Dominicana, se sume en el silencio. Esto parece una bomba de tiempo. Hagamos algo.