Si actuar desde la sociedad hacia los actores políticos para influir en la calidad de la gestión pública podría ser una dinámica muy necesaria en la coyuntura electoral de 2016, también hay la posibilidad y necesidad de que desde la práctica política hacia la ciudadanía se produzcan innovaciones.
Vivimos una época de transición: la política está cambiando. Lo hemos visto en nuestro continente y en países ubicados en otras coordenadas, por ejemplo en Europa en los últimos años.
Están emergiendo formas nuevas de organizar la voluntad política, la construcción de consensos, agrupamientos y mayorías para influir en las decisiones acerca de los intereses públicos. Se está apelando de forma creciente a colocar más poder en la gente, como forma de superar la brecha entre representación política y opinión ciudadana.
Un análisis sobre lo que está sucediendo en las formas y procesos de generación de opinión pública, en las diversas formas de circulación de información, propuestas, críticas, denuncias y reclamos, tanto en medios tradicionales como nuevos, nos permite afirmar que la gente tiene hoy mucho más referencias, interés y capacidades para ser tomada en cuenta que hace apenas diez años. La gente quiere ser escuchada. Quiere dialogar y sentir que sus expectativas son tomadas en consideración.
Desde la política como profesión esto tiene que ser incorporado en nuestros nuevos modos de actuar: tenemos que dejar de pensar que hacer política se limita a conseguir los votos una sola vez. Parafraseando a Ortega y Gasset, la democracia sí que es, en la actualidad, un plebiscito cotidiano. Es una construcción de sucesivas alianzas y agregaciones de intereses.
Hacer la nueva política es establecer un diálogo constante para ir construyendo el pacto, la voluntad concertada que es indispensable para la cohesión y el desarrollo.