Lo tradicional ha sido que, cuando se trata de señalar algo inconveniente al Gobierno, se recurre a las medias tintas. Mientras mayores sean los intereses en juego y, en consecuencia, mayores sean también las posibilidades de caer en desgracia oficial, más fuerte es la tentación de dorar la píldora y ceder ante el empuje gubernamental.
Parece, sin embargo, que ya eso se acabó. El ya famoso y responsable discurso del presidente del Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep), pronunciado la semana pasada ante la poderosa Cámara Americana de Comercio, sacudió los cimientos de las relaciones entre el empresariado y el oficialismo, de tal manera que de ahora en adelante se hablará de antes y después del discurso.
El disertante, Rafael Blanco Canto, se refirió a la desconfianza de la población en las instituciones públicas, a la ausencia de reglas de juego claras, a la inseguridad ciudadana, a la impunidad y falta de autoridad frente a los transportistas, a los desacatos judiciales y a muchos otros temas que antes parecían tabú para los perjudicados.
Esperamos que esto no sea simplemente la obertura, sino el comienzo de una ópera completa.