Guyana como la próxima parada del asunto haitiano

Guyana como la próxima parada del asunto haitiano

Guyana como la próxima parada del asunto haitiano

Miguel Febles

En el remate de un artículo publicado en las páginas de opinión del periódico Hoy, ayer martes, el diplomático, economista e historiador Bernardo Vega deja caer una perla que recojo para comentar al punto.

Según el señor Vega, los grandes yacimientos de petróleo descubiertos en Guyana y Surinam deben empujar a las administraciones dominicanas a un vínculo más cercano con estos dos Estados, los cuales, por cierto, “al igual que los Emiratos Árabes Unidos, al enfrentar un enorme crecimiento económico han aceptado que una alta proporción de su población sea inmigrante”.

Y concluye con la perla dejada caer: “por lo que esos países que bordean el Caribe bien podrían buscar mucha mano de obra haitiana para su agricultura y construcción”.

Poco después de una visita del presidente Luis Abinader a Guyana, acompañado de empresarios y periodistas, una persona con una pequeña inversión agropecuaria me preguntó si sabía el motivo del viaje.

Desde luego, le respondí que no y pasé a referirle lo manifiesto o conocido porque lo había dicho la oficina de Prensa del Gobierno. Poco dado, como soy, a ir por ahí contando versiones secretas, soporté la sorna de mi contertulio y le pedí que me diera su versión, porque yo no tenía otra.

Según el amigo, el presidente Abinader había ido a Guyana a explorar la posibilidad de involucrar a empresarios dominicanos en algunos proyectos agrícolas, como el de la siembra de maíz, con la finalidad de arrastrar hacia aquel país a una parte importante de la mano obra ociosa de Haití, de esa que cruza la frontera todos los días, como la brinca un chivo, o como la cruza a nado un perro en la boca del río Masacre, para trabajar del lado dominicano.

El proyecto, según mi contertulio, se proponía aprovechar la experiencia dominicana en el trato con haitianos y ensayar la inmigración de uno o dos millones de haitianos.

Mi esfuerzo a partir de esta versión estuvo destinado a desmontar la razonabilidad de esta especie y empecé, desde luego, por la parte más sencilla y a la vez sensible para cualquier dominicano: abrirle las puertas de barcos o aviones a tanta gente desde Haití o desde Santo Domingo sería un contrasentido para el capital agropecuario dominicano, acostumbrado a tratar con una mano de obra abundante, indocumentada y siempre renovable.

Y todavía señalé otros dos puntos. Uno, que una vez en tierra continental, a dos millones de haitianos colocados en Guyana les tomaría seis meses para estar reducidos a 200 mil personas; dos, que esto y la trata negrera de los tres siglos de la esclavitud colonial antes de la abolición de Toussaint tendría muchos elementos en común, acaso el más importante, tanto como considerar todavía en el segundo quinto del siglo XXI a los negros de Haití como una fuente de energía muscular y nada más.



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