“¡Estamos en guerra!” Fue la frase con la que Israel se ve arrastrada luego de que las milicias palestinas mataron a más de 250 personas en un ataque sorpresivo. Una acción así resulta irracional, pero abre muchas interrogantes.
Pero para mí, hay que empezar a desempolvar el concepto de derecho de gentes, cuyo primer elemento es la nación. El que no pertenece a ninguna nación (pirata, salvaje o miembro de una colectividad que no respeta) no se le aplica el derecho de gentes.
Existe un derecho de gentes tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, pero lo que no existe es el derecho de la guerra. Pero habrá que averiguarlo mejor con los especialistas, ya que la naturaleza del derecho de gentes, en principio, es la justicia en las relaciones de todos los hombres, a cualquiera nación que pertenezcan.
Las naciones cultas se deben a relaciones equitativas entre ellas; toda nación, en virtud de su soberanía, tiene el derecho de constituirse y gobernarse como le parezca; de hacer leyes, de interpretarlas, y de no consentir que dentro de su territorio nadie ejerza más derechos que los que ella le conceda.
La base del derecho de gentes es la justicia. Pero, gracias al derecho de gentes, mediante la inteligencia y de la conciencia colectiva, es moralmente obligatorio para toda nación “moral y culta” recurrir a la guerra, para que pueda preservarse en su calidad de hombres y mujeres. El derecho de gentes tiene grandes elementos de vida, de prosperidad y sirven para absolver la injusticia.
Dice Concepción Arenal (1929), que “cuando se recurre a la guerra, triunfa generalmente el más fuerte, y no el que tiene razón. La guerra es, pues, todo el mundo lo conoce, un modo bárbaro y muy poco seguro de proteger el derecho”.
Desde los tiempos de Atila, de Carlo Magno, se cree que la guerra era un medio indispensable de progreso; hoy, en los actuales momentos, eso es incomprensible, quizás alguien la creyó en el siglo XIX, o en el siglo XX donde alguien dijo que los misiles nucleares representan la paz de los continentes. La Guerra Fría fue, pues, una paz armada.
Creo, por lo que entiendo del derecho de gentes, que las naciones pobres no deben hacer la guerra por las enormes sumas de dinero que consumen, por la condena al atraso a que esclavizan a los pueblos. Sea que se le vea, como una campaña o una batalla, una guerra encarna el atraso y el vicio, el crimen hacia los desprotegidos, los horrores que le causa a los enfermos empobrecidos.
La guerra de Israel-Palestina son los millones de hombres desmoralizándose en una situación sobrenatural, y contribuyendo eficazmente a desmoralizar a un número poco menor de ciudadanos, niños y gente común que no va a luchar, ni puede hacer nada para evitar esa desgracia.
Como si ya esos pueblos, no conocieran la otra guerra, la de la pobreza, la de la carencia de medios de subsistencias; la guerra de la falta de medicamentos, y alimentos para una enorme población que ya está siendo atacada por el cúmulo de vicios y de ineficacia de los gobernantes de esos países.
La guerra es un atentado al derecho de gentes; y el derecho de gentes se considera la nación. Un derecho que recomienda, aún en medio de la violencia de las armas, “no desoír la razón”; ni en medio de sus incursiones bélicas, “no desoír el derecho”.