Sigue imparable el alza de los combustibles. Y con ellos la del aluminio, el cobre, el níquel y todos los demás minerales críticos para fabricar paneles solares y turbinas eólicas.
La “greenflación” amenaza la descarbonización.
En Noruega dos de cada tres nuevos carros son eléctricos.
Pero la demanda de combustibles fósiles no para de crecer. Después de todo, el transporte apenas representa 25% de la demanda de energía. La industria pesada, la generación eléctrica y los demás sectores productivos todavía utilizan combustibles fósiles. Además, los carros convencionales todavía son 90% del mercado.
Producir minerales críticos es altamente contaminante. Ambientalistas y gobiernos por igual se resisten a aumentar su producción. Pero sin dichos minerales no habrá energías alternativas.
Como sabemos, la resiliencia requiere reconciliar la eficiencia con la redundancia.
La transición energética tiene poco de eficiente, pues los gobiernos pretenden avanzar más rápido hacia las energías alternativas de lo que es posible.
La demanda supera la capacidad de oferta, generando greenflación.
Al mismo tiempo, cae la inversión en explorar y extraer combustibles fósiles antes de que sea posible eliminarlos del sistema, reduciendo así la oferta redundante de energía de base que no es posible reemplazar a corto plazo, alimentando aún más la greenflación.
La generación a base de gas natural apenas crece, mientras salían del sistema los demás combustibles fósiles.
Por si fuera poco, la más eficiente de las energías de base, la nuclear, iba de salida en todos los países salvo Francia, pese a no emitir gases contaminantes. Reemplazarla por energías alternativas tomará años y resultará en costos por kilovatio-hora considerablemente superiores. Cabe esperar que Alemania, Corea y hasta Japón reconsiderarán su posición.
Sin eficiencia ni redundancia, el sistema energético mundial carece de la resiliencia requerida para contener la greenflación. ¿Cómo darle guerra en un país importador neto de combustibles como el nuestro?
Urge implementar el sistema de captura y almacenamiento de emisiones de dióxido de carbono, tanto en Punta Catalina como en cualquier otra actividad industrial.
Urge convertir a gas natural a todas las demás plantas de generación que todavía utilizan derivados del petróleo.
Urge eliminar las pérdidas de transmisión y comercialización, que llegaron a ser 30% del total. Urge, por último, desvincularnos de la greenflación importada.
Interconectando al sistema unificado de distribución los 6,000 megawats de capacidad de generación puertorriqueña, crecientemente ociosa.
Convirtiéndonos en fuente de oferta de energías alternativas, produciendo nuestro hidrógeno para las nuevas plantas que eventualmente instalaremos.
Reabriendo las minas de bauxita y ferroníquel así como reciclando baterías con las tecnologías más limpias disponibles, para recuperar minerales críticos y reintegrarlos al mercado. Así tendremos los insumos para nuestras energías alternativas, pudiendo incluso exportar la diferencia.
Y fabricando grafeno y fibra de carbono para cables – sustituyendo al cobre cada vez más caro – así como para las baterías, paneles solares y turbinas eólicas que debemos eventualmente producir.
Darle guerra a la greenflación debiera ser prioridad nacional. ¿Tenemos acceso a las más avanzadas tecnologías requeridas? ¿Podremos importarlas asequiblemente cuando, a diferencia de Centroamérica, no tenemos libre comercio con el país que las produce al menor costo?