El Instituto Politécnico Parroquial Santa Ana (Ipopsa) de Gualey me otorgó el privilegio de pronunciar el discurso de honor a los 155 graduandos de su XXV Graduación de Bachilleres Técnicos y en Artes.
Gracias a su directora, maestra Geovanna Altagracia Rodríguez Vásquez, pude compartir la fiesta que para esa barriada significa que sus jóvenes, en esta ocasión, 99 de género femenino y 56 de género masculino, hayan alcanzado el grado de formación que les permite trabajar o continuar estudios superiores en diseño gráfico publicitario, instalación y mantenimiento eléctrico, contabilidad y finanzas, electrónica industrial, informática, refrigeración y aire acondicionado, música y artes visuales.
La banda de música del centro educativo es una maravilla y los vecinos, profesores, padres, parroquia y amigos del Ipopsa se vistieron de auténtica fiesta.
Esta es una barriada de grandes méritos sociales y humanos, más allá de la imagen de violencia y pandillaje con que se la estigmatiza, como sinónimo de marginalidad y pobreza. El barrio fue fundado a finales de los años 50, con familias desalojadas que habitaban los terrenos de Farís, donde se formaron luego los barrios de Luperón y Espaillat y cuyo posterior crecimiento demográfico se debió a los flujos migratorios de campesinos pobres.
La voluntad de progreso ha marcado el ritmo de desarrollo de Gualey y el crisol del que han surgido destacados profesionales, líderes comunitarios, deportistas, intelectuales y artistas.
El Ipopsa, que lleva más de tres décadas de servicio a su comunidad, ha jugado un papel preponderante como agente catalizador de la educación, además del afianzamiento en principios éticos y valores morales como ejes de la formación integral, habiendo generado un cambio extraordinario en individuos y familias del sector.
Procura formar a sus estudiantes con una clara visión y misión de lo que debe ser el ciudadano del siglo XXI, orientado a desarrollarse individualmente, pero también, a integrarse y aportar en la solución de los problemas de su comunidad y su sociedad.
Son múltiples los desafíos que han de enfrentar los jóvenes en la sociedad moderna líquida consumista y globalizada que les ha tocado vivir, presionada por la pérdida de vínculos humanos y el resurgimiento mundial de ideologías extremistas que fomentan el odio y la exclusión. Me limité a hablarles acerca de la problemática de doble filo que representan las oportunidades y riesgos de la revolución tecnológica y la cultura digital, por un lado, y por el otro, de la inaplazable necesidad de construir bases éticas y morales responsables, robustas, que garanticen la paz social y el futuro de la humanidad.
Debemos ser conscientes y agradecidos de los insospechados cambios y de las facilidades que la innovación tecnológica ha traído a nuestras vidas. Sin embargo, hay que alejarse de la adicción sin drogas que implica el uso excesivo de las redes sociales, que empuja a los jóvenes a convertirse en el rebaño digital del que habla Jaron Lanier (2014).
La conexión no es equivalente de la comunicación y la comunidad digital, por su volatilidad, hace confundir amistad con seguidores y líderes con influenciadores.
Les hablé también de la importancia de la responsabilidad ética, en un mundo que se fanatiza en el egoísmo y la insolidaridad. Se es incompleto si no se es responsable. Lo que da a mi persona y a mi vida sentido de entidad completa es el hecho de ser responsable por mí mismo, en la medida en que soy responsable por el otro.
La responsabilidad es un bien en sí mismo que debería brillar en la frente de todo joven como una estrella en el firmamento.
Si continúa así, Gualey será siempre una fiesta de paz y bienestar.