Sí, la Policía requiere una urgente y radical reforma. Si analizamos sus graves problemas y patéticas deficiencias, veremos que reflejan los del país: bajísimo nivel formativo, poco civismo, pobreza casi extrema.
Casi nadie que pueda ganarse la vida de otra manera prefiere ser policía excepto si quiere plataforma para “buscársela”.
A eso se suma un sistema jerárquico que premia las vagabunderías, sin consecuencias disciplinarias ni legales, porque la podredumbre va de la cabeza a los pies. En los barrios conocen cuáles agentes u oficiales cobran el “peaje” en los puntos de droga y cómo se escalona hacia arriba esa “tributación”.
Lo malo de la Policía existe en la Justicia y en toda la sociedad. Pero si vamos a reformar la Policía, merece incluirse también el régimen de los vigilantes privados, quizás los empleados peor tratados y pagados, indefensos, sin horarios, con pésimas condiciones laborales; hay pocas excepciones en ese lucrativo negocio multimillonario.
Los guachimanes protegen bienes y vidas. Merecen mayor protección social, que el gobierno debe exigir a sus empleadores tiñosos.