Gruñidos, ladridos y pavorrealismo

Gruñidos, ladridos y pavorrealismo

Gruñidos, ladridos y pavorrealismo

Alex Ferreras

No sé quién es José Carvajal, ni nunca me ha interesado conocerlo, y ahora mucho menos. A juzgar por sus groserías y ataques a mi persona, de nuevo, sin conocerme, y que raya en la burla y el irrespeto -poniendo en entredicho mi formación académica e intelectual- con ocasión de la puesta en circulación de la obra “Bestiario dominicano”, de Giovanni Di Pietro, ya de por sí mueve a sospecha.

No hay duda de que a Carvajal, por su necedad, nadie lo digiere ni en los círculos intelectuales locales ni en los de los dominicanos de la diáspora en los Estados Unidos, que un mal día se le ocurrió que podía ser crítico, y que ha terminado siendo un ridículo criticón o criticastro (espero que un día de estos el editor cultural de un periódico matutino publique, in íntegro, el testimonio que escribí, a modo de epílogo, sobre el más reciente libro de Giovanni Di Pietro).

El o la que lea el texto completo del anexo que le escribiera a la obra de Di Pietro se dará cuenta de los bajos instintos que Carvajal es capaz de descargar sobre otra persona, además de sus oscuros problemas de personalidad.

En las esporádicas incursiones que hace este personaje en el mundillo cultural e intelectual dominicano, donde no aparece sino para destilar veneno, resaltan sus descalificaciones y agresiones verbales a reconocidos intelectuales dominicanos.

En mi caso, aspiró a servirse del pastel con la cuchara grande, haciendo alarde, como el superintelectual que se cree que es al fin, de su pavorrealismo cultural. Para muestra, dos botones: si idéntico trepador cultural me descalifica como escritor, primero, ¿cómo es que, entonces, me dedica doce párrafos a ofenderme y ningunearme? Por ahí empieza él a cojear con sus miserias humanas y contradicciones.

Segundo, en una de las varias citas que extrae del epílogo que reza “cuando leí sus primeros ensayos manuscritos sobre las obras narrativas […], me dije que estaba ante un estilo muy novedoso, con brío, sencillo y directo… [pero sin perder el rigor, DE ANALIZAR NOVELAS EN MI PAÍS.]»”, el sentido de esa última frase que resalto entre corchetes -sobre la que el criticastro hizo mutis de un modo malintencionado —lo torció en los puntos suspensivos, permitiéndole así sacar la bola fuera de la cancha, con tal de comer –pensó él —con su dama.

Así las cosas, y no conforme con seguir afilando su hacha bota, Carvajal ha puesto en mis labios algo que ni por asomo pasó por mi mente decir -por mi honestidad y mi disciplina intelectuales- al insinuar que coloco al escritor italocanadiense al nivel de los grandes críticos universales.

¡Cuánta estulticia! O sea, le sale a raudales la mala leche que tiene en desgajar párrafos y frases aislándolos del contexto.

Y así pasa con otras oraciones y frases sobre las que comenta descontextualizándolas. El verdadero fuerte del epílogo que escribí a la obra de Di Pietro, Carvajal creyó pulverizarlo con golpes bajos en los antros de sus corchetes y puntos suspensivos.



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