La historia enseña que quienes sucumben ante la barbarie caen por sus contradicciones internas más que por la superioridad moral o militar del adversario.
Roma cayó agotada por renegar de sus propias leyes y ordenamiento socio-económico; el imperio egipcio declinó cuando Amenotep, a mediados del siglo XIV antes de Cristo, pretendió aumentar su poder faraónico cambiando los centenarios fundamentos culturales del orden social y la prosperidad; seis siglos antes, cuando los acadios destruyeron Ur, capital mesopotámica, la cuna de las ciudades-estado padecía el embate de un cambio climático por descuidar sus obras públicas (canales de riego).
Parecidamente, guardando la asimetría histórica casi galáctica para no demeritar el argumento, si la invasión haitiana en curso termina por disolver la dominicanidad, como hace el comején hambriento hasta con la caoba y guayacán, no será por ninguna superioridad ni designio de ellos, sino por nosotros abjurar de valores como el imperio de la ley, la defensa del orden público e interés nacional; por el increíble desconocimiento de nuestra historia. ¡Pongamos asunto al peligro!