El país agradeció al presidente Abinader su excelente gestión anterior al reelegirlo abrumadoramente en las elecciones hace cinco meses.
Desde entonces hay un sorprendente viraje de la opinión pública, cuyo detonante fue la fracasada reforma tributaria. La oposición que no pegaba una al criticarlo todo, se enfoca hoy en temas emotivos: la inflación o alto costo de la vida (pese a que va bajando), la violencia callejera (pese a que estadísticas demuestran una baja) y la impericia atribuida (a veces acertadamente) a tozudos funcionarios. Una gota de agua, lo más endeble, perfora una piedra dando en el mismo sitio, contrario a un diluvio.
El Gobierno, pese a sus aciertos y virtudes, que no son pocos, ha debido reaccionar con bonos navideños, liberación de fondos para prestamos y viviendas, una agenda presidencial muy activa y un alud de anuncios, promesas e inicio de proyectos. Todos pueden realizarse fortaleciendo al sector privado.
El diario Hoy editorializó que Abinader esbozó esta semana 17 metas para este cuatrienio, que de lograrse serían “no una revolución sino una gran revolución”.
De ese “sueño”, agregó, “nos conformaríamos con que se cumpla la mitad”. Esas metas incluyen llevar el PIB per cápita a US$15,000.00, aumentar la seguridad, las exportaciones, la inversión extranjera directa, el turismo y la tasa de empleo; que los empleos formales suban de 44% a 50%, que la clase media pase de 40% a 50% de la población y la expectativa de vida a 77 años.
Esas y otras aspiraciones son muy posibles, pero irrealizables manteniendo las mismas retrancas que son el tollo de las EDE, el caos del tránsito y la muy deficiente instrucción pública; son tres responsabilidades estatales.
Ni siquiera soñar es gratis, como demuestra malgastar RD$35 millones diarios en publicidad y relaciones públicas gubernamentales. Tras la gratitud anterior, ojalá el presidente concite la que merecerán tantas magníficas metas.