Este nuevo año nos invita a orar y agradecer. Orar porque en todo fin o inicio, la mejor forma de asumirlo es ponerlo en manos de Dios. Del asombro ante la vida surge necesariamente una oración.
Orar no es más que reconocer en la existencia la pequeñez humana y la grandeza divina que obra en nosotros. Sin Dios nada podemos hacer y en él lo podemos todo como diría el apóstol Pablo.
Y con la oración viene el agradecimiento que es la memoria del corazón. Agradecer a Dios sus bendiciones es la actitud del alma peregrina que sabe que en este mundo estamos de paso y en medio de los gozos y afanes nuestro Hacedor está obrando en nosotros, presente en todo y a disposición siempre de sus hijos amados.
Nuestra oración a Abba Padre es la invocación de abandono y agradecimiento al Dios que nos recibe, que nos habita y al que no tenemos más que consagrarnos cada día y para siempre a su Voluntad aunque no la comprendamos.
El agradecimiento es el reconocimiento de la acción divina, inabarcable e incomprensible ante quien nos rendimos de forma incondicional porque sabemos que gran certeza es estar en las manos de Dios y en sus brazos siempre abiertos para sus criaturas.
Damos gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para nosotros en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:18). Gracias Dios por la vida, por la familia, por los amigos y el trabajo. Gracias Señor por las alegrías y las penas. Por los que están y los que partieron.
Por la salud y las enfermedades. Por el bien hecho. Por los errores cometidos. Por el aire, las plantas, el mar, las montañas y todas las maravillas que has hechos para nuestro deleite.
“Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas”. (Apocalipsis 4:11)
¡Gracias Dios, a ti que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!