Ahora que asisto al ocaso del héroe de mi adolescencia, Jack Veneno, pienso que su gallardía en el ring y su misión de combatir la cuadrilla del mal me inspiraron para fortalecer el espíritu de vencedor que ya traía de la niñez influida por mis prototipos Chen Kuan-tai, Wang Yu y Bruce Lee.
Al igual que Jack Veneno, estos referentes asiáticos (el tercero chino-americano) siempre anduvieron persiguiendo a un villano para castigarle con la espectacular coreografía de unas rítmicas artes marciales con más estética que violencia.
En San Juan de la Maguana, cuando salía del cine Romano cada domingo, me sentía invencible después de disfrutar con emoción desbordada la épica de esos ídolos, que vencían la gravedad para caer sobre sus adversarios con el golpe certero y definitivo.
Camino a casa, después de engullirme un friquitaqui de los que hacía Jallé el del barrio (pan, mortadela, queso y picante de ajíes licuados), mis amigos y yo íbamos haciendo un despliegue de técnicas defensivas, deseosos de encontrarnos un oponente chino para darle una tunda.
Alguna vez tramamos atacar a Sindó, el hombre que proyectaba las películas (un rostro que nunca vi) porque pensábamos que cuando la cinta se trababa en el viejo aparato era una treta para no darla completa. “Sindó, ladrón”, le gritaba a coro la muchachada en la sala con olor a tabaco, Dubble Bubble y menta Ecla.
No tuvimos la oportunidad de hacer justicia.
Con el paso de los años descubrí a Jack Veneno y olvidé a los asiáticos. Me conecté con un héroe más concreto, que explicaba con transparencia el origen de su poder, el Forty Malt y el Salami Induveca, ambos incorporados a mi estilo de vida de entonces.
Esos productos y la fuerza moral de un nuevo héroe que combatía el mal sin trampas, con una técnica depurada para someter a los rudos, me llevaron a ejecutar mi primer acto épico. Un adolescente más grande que yo me esperaba cada día rumbo a la escuela y amenazándome con un compás me obligaba a entregarle los 10 cheles del recreo que me daban en casa.
Un día perdí la paciencia, salté por los aires y descendí con una trompada sin arrugas en la mandíbula. Derribado, le apliqué “la polémica”. Los vecinos salieron despavoridos a rescatarlo. Desde ese entonces me convertí en su pesadilla y en héroe de otros adolescentes. Gracias Jack Veneno.