Edilí Arias.
“Con el apagón… ¡qué cosas suceden! ¡Qué cosas suceden… con el apagón!”, reza una canción de la cantante mexicana Yuri, en la que relata sus vivencias por las calles en medio de un apagón.
Esa melodía me vino a la cabeza la semana pasada mientras estaba con mis hijos, de once y cuatro años, cerca de las diez de la noche, luego de tres horas sin electricidad.
Al principio, a mis pequeños les parecía gracioso, como si fuera un episodio de Peppa, la cerdita rosada. Sin embargo, después de una hora de oscuridad, ya estaban algo incómodos.
Fue entonces cuando les conté mis anécdotas de infancia, cuando el “se fue la luz” era lo más común.
Salíamos a jugar a las calles, organizábamos shows artísticos y jugábamos a la ‘el topaó’. Claro, en ese entonces era más seguro jugar por las calles, y luego de muchas horas a oscuras, cuando regresaba la luz, todos aplaudíamos felices olvidando la oscuridad.
La palabra apagón se refiere a la interrupción repentina y temporal del suministro de energía eléctrica en un área determinada.
Hace unas semanas, el presidente del Consejo Unificado de las Empresas Distribuidoras de Electricidad (CUED), Celso Marranzini, pidió a la población dominicana tener paciencia ante los apagones, ya que estos seguirán ocurriendo en el país.
Explicó que muchas de las interrupciones recientes se deben, además del intenso calor, a que el sistema no está preparado para la demanda actual de la población.
Como joven adulta que soy, aunque me moleste, puedo entender la explicación. Pero mis hijos no.
Ellos solo entienden que “se fue la luz,” que no pueden ver al Payaso Plim Plim ni jugar Roblox, con el “valor agregado” de que tampoco hay aire ni abanico.
Pero, como siempre digo, nada es tan malo que no tenga algo bueno.
Gracias al apagón hemos vuelto a jugar en familia en el patio, a conversar un poco con los vecinos y, al final, a gritar eufóricos: “¡Llegó la luz!”
Como canta la bella rubia de México: “¡Qué cosas suceden… con el apagón!”
