Si nos pusiéramos a sacudir la memoria en busca de personas que han pasado por nuestras vidas y a quienes tenemos algo que agradecer, de seguro que encontraríamos muchas cosas ya olvidadas.
En el pasado de cada uno de nosotros siempre hay alguien que nos dio ánimo para seguir adelante, que nos inspiró o que nos cuidó lo suficiente como para que les agradezcamos por el resto de nuestra existencia.
Ese alguien puede ser una maestra que nos quiso tanto como para tolerar las maldades que le hacíamos. Un amigo mío me confesó que el otro día le escribió a una de sus maestras de la primaria una carta de agradecimiento, y de vuelta recibió la siguiente respuesta:
“Querido Antonio: No puedes imaginarte lo que ha significado tu carta para mí. Tengo 80 años, vivo en una pequeña habitación, cocino mis alimentos y estoy sola.
Te alegrará saber que, después de haber sido maestra durante 60 años, la tuya es la primera nota de aprecio y gratitud que jamás he recibido. Es lo que más satisfacción me ha producido en muchos años”.
Esa señora no es más que una de las miles de personas que han dado mucho de sí, sin recibir las gracias de nadie.
Esa fue una maestra, pero así también están el instructor de deportes que tuvo con nosotros más paciencia de la cuenta, el chofer que un día no nos quiso cobrar el pasaje porque se dio cuenta de que teníamos poco dinero, la cocinera de la casa que nos mimaba más allá de sus obligaciones, el jefe de nuestro primer empleo que nos enseñó los secretos del trabajo, y así por el estilo.
El caso es que todos hemos tenido gente que, de una u otra manera, nos ayudaron a formarnos. Gente que influyó en nosotros y para quienes no es tarde encontrar tiempo de decirles: “Gracias”.
Búsquelas usted en su memoria y verá qué bien se siente después de haberles hecho saber que no las ha olvidado.