Es sano tener un espíritu competitivo y aspirar a la excelencia. En la mayoría de los casos, hay algún contrario al que se debe ganar, sea béisbol, ajedrez, boxeo o dominó.
Pero en el golf, tenido por exclusivo para las clases altas, aunque se puede practicar solo o acompañado, el deportista lucha por mejorar su propio desempeño.
Hacer trampa no mejora nada ni engaña a nadie mas que a sí mismo. Medité esto al pensar sobre el excelente desempeño del presidente Abinader en su anterior cuatrienio y su slump actual, causado más por desaciertos de sus funcionarios que por alguna genialidad de la oposición.
El país no es esencialmente distinto al de hace cinco meses. En todo caso, las métricas económicas sobre crecimiento, baja de la inflación, estabilidad y perspectivas para 2025, indican una mejoría.
Sin embargo, pese a controlar el Congreso, los municipios y el Poder Judicial, aparte de gran apoyo internacional, hay desasosiego y crispación.
Si gobernar fuera un deporte, Luis Abinader ha salido mejor que sus antecesores y los demás líderes regionales.
Empero, la gobernabilidad luce asediada por una opinión pública arisca, pese a enormes pero ineficaces gastos (no inversión) en publicidad, relaciones públicas y demás artes de comunicología. Los sesgos cognitivos no se vencen racionalmente, pues se basan en sentimientos y emociones.
Como en el golf, este Gobierno en que muchos hemos puesto confianza y esperanza, debe jugar para superarse a sí mismo, no aspirar a sustituir al sector privado ni perder el norte de sus objetivos. Andar sin rumbo ni brújula causa naufragios…