Gobernar no es fácil, y comete un grave error quien piense lo contrario. Sobre todo en sociedades democráticas, en las que es imperativo atender las necesidades del conjunto, sin poder nunca excluir totalmente a nadie.
Esto así porque las sociedades democráticas no se mantienen unidas por la fuerza o la coacción, sino por el convencimiento de sus integrantes de que están mejor juntos que separados.
Es este el sistema político en el que se verifica con mayor certeza el aforismo de Renan de que la Nación es un plebiscito diario.
El reto más importante en una sociedad democrática es la integración de intereses dispersos y contrarios, pero la tarea se vuelve casi imposible cuando se aísla a grupos completos, excluyéndoseles de la deliberación pública. Dos de sus efectos laceran la gobernabilidad. Uno inmediato y otro a mediano plazo.
En primer lugar, quienes no son escuchados dejan de sentirse atados a una gobernabilidad que los excluye y que, por lo tanto, desde su punto de vista, es simple imposición. En segundo lugar, quienes aun siendo escuchados, pero cuyos intereses no se alinean del todo con los de los gobernantes, ven en los excluidos su futuro inevitable.
Es cierto que, en ocasiones, las elecciones y los vuelcos que son capaces de producir en los equilibrios de poder ayudan a romper estas dinámicas. Pero cuando los sistemas democráticos se encuentran sometidos a otras tensiones, la exclusión de los demás puede acelerar la descomposición del acuerdo político fundamental que sostiene al sistema, y que está supuesto a trascender los períodos electorales.
Y es que ahí donde radica la esencia de la democracia. Contrario a otros sistemas de organización política, no busca el dominio, sino el gobierno.
Por ello, hay que cuidar las formas y el fondo. Gobernar con efectividad no es el acto simple de imponer los puntos de vista de las mayorías, sino también tomar en cuenta a las minorías.
El poder electoral es transitorio, pero la responsabilidad política de apostar a la inclusión democrática es permanente. No debe olvidarlo ninguno pero, sobre todo, no deben olvidarlo los agraciados con el favor popular.