La impunidad no sólo beneficia a funcionarios, sindicalistas o empresarios corruptos. Hay otra tan flagrante y más corrosiva.
La exhiben con horrorosa desvergüenza comunicadores cuyo vedetismo-cum-paroxismo les hace candidatos seguros a electro-choques o cuando menos internamiento psiquiátrico.
La semana pasada, el payaso mayor del coliseo radiofónico criollo, muy creído de su propio valimiento, dijo de Duarte que fue cobarde, “depresivo y homosexual”, histérico y canalla “sin carácter ni cojones”.
Esa opinión pudiera tomarse tal cual es: una barrabasada por alguien aparentemente desquiciado y sin cabales. Pero resulta que ella, esa persona, ha creado de sí mismo un mito de ser muy culto y sabio, lo cual muchos despistados oyentes creen.
Entonces inflige inmerecidamente un daño enorme a la imagen del Padre de la Patria. ¡Para decir “Duarte” debería primero enjabonarse tan sucia boca!
Unas expresiones tan vagabundas, infundadas y soeces deben motivar reacciones condignas del Instituto Duartiano, la Academia de la Historia, el Colegio de Periodistas o la Procuraduría.
Pero tan enorme insolencia quizás sólo moleste a pocos. ¡Cuánta maldita impunidad!