Una oposición estructurada, inteligente, táctica y oportuna –combinada con una ciudadanía empoderada, ética y cumplidora de las leyes- constituyen el mejor mecanismo de control que pueden tener el Estado y quienes nos gobiernan como nación.
En ese aspecto, la República Dominicana sufre una grave y lamentable crisis, que viene a ser uno de los peores vacíos y de los grandes riesgos para que la corrupción y el estilo medalaganario en la gestión pública se impongan.
La oposición –atiborrada de intereses y apetencias personales- está descarrilada hace mucho tiempo, hasta el punto de que algunos de sus “notables” se refugian en la nómina del Gobierno, golosean contratos y sueñan con “carguitos” públicos.
Hay quienes no han resistido estar abajo más tiempo y decidieron hacer un “crossover” –con indelicadezas incluidas- del rol opositor al papel de aliados, generando un costo extremadamente alto para los contribuyentes.
Otros que son dirigentes políticos y a su vez empresarios, actúan con “comedimiento” , tratan con manos de seda los temas álgidos y buscan la forma de escabullirse como portavoces, para no afectar concesiones y, probablemente, los flujos de crédito de sus proyectos.
Si a esto sumamos una dirigencia empresarial que parece estar en “Belén con los pastores” –diferente a aquellos clásicos empresarios del pasado que, si bien defendían sus intereses, se involucraban en los temas institucionales bajo la premisa de que un país organizado hace viables y sostenibles los negocios.
Parecería que ciertos segmentos del mundo privado y de la oposición política han descubierto un vellocino de oro en el desorden, por lo cual el silencio, la complicidad y la tolerancia son factores inherentes a la rentabilidad que están obteniendo.
Algunas golondrinas opositoras –que se notan muy activas- no hacen verano porque tienen problemas de enfoque, de profundidad, son banales, populistas y episódicas.
La Marcha Verde, que fue un halo de esperanza como elemento de presión para el cambio, se diluye y se convierte en nido de agendas diversas, inconexas, con verdades, mentiras, historias urbanas y frustraciones.
Debe ser extremadamente aburrido gobernar sin oposición. Eso hasta mata la imaginación y las ganas de trabajar.