Si condenables son los ataques irracionales de Hamas cuando lanza indiscriminadamente cohetes sobre territorio israelí, sin importar que caigan víctimas civiles, no menos absurda y brutal ha sido la respuesta de Israel en la Franja de Gaza.
Por eso me parece inmoral la pasividad de la comunidad internacional y organismos como la ONU, impotentes cuando quieren, mientras un río de sangre inocente ahoga a Palestina.
Según cifras preliminares, hasta el lunes 1,886 palestinos y 67 israelíes habían muerto. Del total de víctimas palestinas, 1,176 eran civiles, 430 niños y 196 mujeres. Del lado israelí 64 eran soldados, dos civiles y uno extranjero.
Ni siquiera las escuelas utilizadas por la ONU como refugio se han librado de los ataques. Tampoco los hospitales, más de un tercio de los cuales ha sido destruidos durante los bombardeos.
En medio de una tregua de cuatro horas, Hamas secuestra un soldado, y la respuesta de Israel es bombardear un mercado repleto de personas. El saldo, más de 60 muertos. Una monstruosidad.
Los médicos ya no son suficientes para atender a tantos heridos, no hay ya ni siquiera dónde poner los cadáveres de niños.
“La escala de la carnicería en Gaza excede totalmente la capacidad del sistema de salud”, dijo a la BBC el cirujano Ghassan Abu Sitta.
“Yo operé a un niño de 8 años que había perdido a toda su familia y la mitad de su cara, incluyendo un ojo (…) No tiene futuro, y todo el tiempo pregunta por qué se apagó la luz», agregó el médico.
En mi opinión, lo que ocurre en Gaza es una verdadera masacre, un genocidio ante el cual no podemos ser indiferentes. Los pueblos de Israel y Palestina merecen vivir en paz.