Todas las sociedades necesitan líderes. Los grupos humanos siempre han requerido guía, protección y fortaleza. No podríamos disfrutar de las bondades de la civilización humana sin la existencia de personas con capacidad de conducir con destreza los destinos de las naciones y los pueblos.
Ciertamente, dichas figuras emblemáticas suscitan, normalmente, sentimientos encontrados de amor y odio.
Algunos les admiran con fe ciega. Otros, les critican y difaman sin piedad. La verdad, más allá de las pasiones, es que todos somos simples seres humanos, llenos de virtudes y defectos, de luces y sombras. Todos debemos reconocer que somos seres imperfectos, que cometemos aciertos y también errores.
El propósito de nuestro caminar existencial aquí en la Tierra es que, en el balance de nuestros actos, sean más los hechos positivos que negativos. Este es el caso de monseñor Agripino Núñez Collado.
Quizás muchos no saben el rol que desempeñó monseñor Agripino en la fase fundacional del Instituto Tecnológico de las Américas (ITLA). Hace muchos años, en los primeros meses del 2000, se realizaron varias reuniones en las oficinas administrativas del campus Santo Domingo de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).
En ellas, con la presencia de grandes figuras del acontecer nacional, se fueron definiendo y perfilando los primeros planteamientos de lo que sería, veinte años después, una de las principales instituciones de formación tecnológica del país. Monseñor ocupó en aquel entonces la presidencia de la organización creada para dar sustento jurídico al recién nacido proyecto, que recibiría el nombre de Fundación ITLA.
En ese mismo año, luego del cambio de Gobierno, y gracias al respeto que su figura inspiraba en amplios sectores de la sociedad civil, empresarial, educativa y política, pasó a presidir el Patronato ITLA por casi ocho años, garantizando de esta manera la continuidad en el desarrollo de una institución que ha transformado la vida de decenas de miles de jóvenes talentosos de la República Dominicana.
Bendigamos a Dios por los líderes que nos ha regalado. Ellos, por gracia del Señor, han podido desempeñar la misión que se les ha encomendado. Miremos lo bueno, hablemos en positivo, vivamos en paz.