La sociedad dominicana se ha constituido desde finales del siglo XVIII. Nuestras referencias a raíces previas a ese momento son interpretadas a partir del hecho de que llegamos a construir un Estado en 1844 e impulsar la integración de toda la población y el territorio durante la segunda mitad del siglo XIX. Lo que somos hoy se debe al pasado, lo que seremos se deberá en gran medida a las decisiones que tomemos, y las fuerzas económicas y políticas que rigen el poder a escala mundial. Lo primero depende de la voluntad y sagacidad con que actuemos como sociedad, sobre lo segundo es muy limitada nuestra capacidad para intervenir en el desarrollo de los acontecimientos por nuestro pequeño tamaño como economía, población y territorio.
Los discursos xenófobos y racistas que buscan centrar nuestro desarrollo en una política antihaitiana nada aportan a nuestro futuro, al contrario, nos lastran al pasado. El continuismo y la corrupción en la política debilitan la capacidad de nuestra sociedad para enfrentar los retos de la globalización. El modelo de democracia elitista, que deja fuera a la mayor parte de la sociedad en la toma de decisiones fundamentales, convierte a nuestra sociedad en un proyecto para enriquecer una minoría a costa de la miseria de la mayoría. La falta de calidad de nuestro modelo educativo, a pesar de la inversión que se le dedica, y un modelo de atención a la salud que prioriza el enriquecimiento de los dueños de las prestadoras de salud, nos saca de competencia a escala mundial. El endeudamiento galopante nos acerca con celeridad a una crisis económica que sumirá en la pobreza a la clase media dominicana. Todos estos hechos y otros más, tornan sombrío nuestro futuro como sociedad.
El individualismo, impulsado por el liderazgo político -del gobierno y la oposición-, impide acciones colectivas para el logro de metas colectivas necesarias. Un caso como el de la Marcha Verde se estanca al llegar el momento de asumir compromisos políticos, ya que nadie confía en los liderazgos que socialmente se ofrece como opción para asumir el poder del Estado y desde la honestidad realizar acciones que favorezcan el desarrollo en equidad. El populismo electorero ha arruinado de manera medular la voluntad de organización y lucha de la sociedad en todos sus niveles generando una cultura de que cada cual busca lo suyo y de manera inmediata. Estos factores nos vuelven vulnerables a las políticas imperialistas de las grandes potencias y se nos asigna el papel de simples productores baratos o servicios elementales. Por eso tantos jóvenes emigran de nuestro país a ubicarse en sociedades donde puedan avanzar profesionalmente y los descarados líderes políticos, conscientes del atolladero en que nos están metiendo, son los primeros en sacar a sus descendientes de este país que ellos arruinan.
No hay fórmulas mágicas, ni método para predestinar el futuro. La sociedad dominicana durante el siglo XIX estuvo sumergida en crisis más fuertes que la presente y parió liderazgos y movilizó fuerzas que no se esperaba fueran capaces de sacarnos de esos problemas. Los nuevos escenarios mundiales (por ejemplo el ascenso de China como potencial mundial) puede forjar realidades que nos favorezcan o nos perjudiquen.
Una cosa debemos tener claro, es en el futuro y no en el pasado, donde se encontrarán elementos para avanzar económicamente, lograr mayor democracia y equidad, y construir una cultura menos provinciana. Más razón y menos vísceras, más generosidad y menos odio, más tolerancia y menos discriminación.