Quien no sabe de valor no sabe nada. Así, puede derrochar dinero y capital político erigiendo un monumento con fondos municipales para exaltar a alguien notorio porque asesinó guardias y policías, puso bombas, robó y asaltó, secuestró al coronel Crowley y protagonizó las barbaridades previas al desmembramiento de Miriam Pinedo en Bruselas en 1971, el más horroroso crimen conocido en Bélgica.
El síndico de SDE, Manuel Jiménez, justificó recordarlo alegando que “luchó por las mejores causas y el bienestar del pueblo”. No refirió que impondría a sangre y fuego una dictadura como la de Cuba; que combatía para destruir la democracia, los derechos humanos, la libre empresa.
Calificarlo como “gran pensador” deja a cualquiera patidifuso. Un camarada se atrevió a recordar que ese delincuente fue “uno de los que mejor interpretó y aplicó la teoría de Marx y Lenin”.
Si merece esa estatua o reconocimiento con fondos públicos, hay que hacer varios monumentos a Balaguer, con inmensamente mayores méritos y servicios patrióticos; también a Pérez y Pérez, Lluberes Montás, Ramiro Matos y otros; y el CONEP, a los empresarios que construyen nuestro país a pesar de, y no gracias a, políticos como Jiménez y su infecundo terrorista.