La tragedia política dominicana no es la continuidad del PLD, que Leonel quiera volver o Danilo quedarse, que la oposición sea incapaz de concitar suficiente entusiasmo para un cambio, ni tampoco son los problemas comunes de países similares como corrupción, impunidad, inseguridad o pobreza.
Nuestro drama lo define que con poquísimas excepciones, los ciudadanos dignos del privilegio de serlo han abdicado sus responsabilidades y obligaciones para dejarlas en manos de políticos y sus clientes, sean estos beneficiarios de subsidios o donantes de campaña.
Ejercer como ciudadano honesto es difícil, incómodo, costoso y deja pocas satisfacciones. Pequeñas, medianas y grandes vagabunderías infectan y corrompen múltiples aspectos de la vida común y corriente: desde motoristas invisibles para los policías de tránsito, comercios que engañan a clientes vendiendo fruta podrida o robándose el ITBIS, maestros que no enseñan y hospitales que no curan, sacerdotes y pastores que no evangelizan, servicios de telecomunicación caros y malos sin consecuencias.
Todo ello provoca el sentimiento que los políticos joden mucho impunemente y resuelven poco. Un peligroso desencanto…