Fundamentalismo e integrismo identitarios

Fundamentalismo e integrismo identitarios

Fundamentalismo e integrismo identitarios

José Mármol

Si bien Ulrich Beck tenía razón, a pesar de la irónica negativa posterior de Slavoj Zizek, al centrar el problema de la modernidad de finales del siglo pasado e inicios del presente, denominada modernidad reflexiva, en el problema del riesgo, y particularmente, del riesgo global, no es menos cierto lo que advierte Jean-Claude Kaufmann en el sentido de que el mayor de los peligros que acechan la estabilidad y la paz presentes y futuras es el fenómeno del fundamentalismo e integrismo identitarios.

Se trata de una “regresión” ideológica o subjetiva de propensión o voluntad totalitarias, cuyo “modus operandi” descansa en desplazamientos sucesivos del significado de la vida, a consecuencia de una frenética “volatilidad” identitaria, en un individuo o en un grupo social.

Los indicios más claros en esta dirección los encontramos en las adhesiones o militancias actuales en torno a posturas nacionalistas, actitudes xenófobas, resurgimiento del racismo, la radicalización en pasiones deportivas, religiosas o político-partidarias.

Es un error reducir las nociones de fundamentalismo e integrismo al ámbito de lo religioso, peor aun, solo a la creencia islámica o cultura musulmana, cuando el propio papa Francisco ha admitido públicamente que también en el cristianismo hay fundamentalistas.

A mediados de los noventa, Samuel Huntington creyó, fracasadas las instituciones que establecerían el orden mundial, luego de la segunda gran guerra, que el problema mayor de la sociedad futura sería el “choque de civilizaciones”.

Pensó que finalizada la guerra fría y desarticulada la relación bloque soviético-no alineados-democracias occidentales, se tendría un nuevo escenario constituido en base a civilizaciones organizadas como Estados centrales, escindidos, desgarrados y atípicos o aislados, pasando, de esta forma, a un segundo plano la cuestión económica o política como indicadores de unidad o fractura histórico-sociales.

Sin embargo, en su ensayo titulado “Identidades. Una bomba de relojería” (2015), Kaufmann pone en primer plano la construcción subjetiva de la identidad, en cuanto que proceso social del establecimiento del sí mismo individual y producción subjetiva de sentido vital, para comprender la forma en que los sujetos y los grupos sociales contribuyen o no al establecimiento de un orden social.

La amenaza estriba en la posible radicalización de un fundamentalismo e integrismo identitarios, partiendo del hecho de que todo fundamentalismo opera mediante el mecanismo perverso de la invención de un enemigo irreconciliable.

De ahí que sea necesario detener la sangrienta e infernal maquinaria que promueve por igual al fundamentalismo e integrismo islámicos como al fundamentalismo e integrismo del nacional-racismo seudodemocrático.

El pensador francés invita a no confundir la historia de un país con la identidad nacional, porque, la identidad, tanto nacional como individual, no se encuentra en los orígenes, raíces, costumbres o memoria como entidades fijas o sólidas, diría Zygmunt Bauman.

Muy por el contrario, la identidad es un “producto de sentido” en el momento presente. Un presente que, por su licuefacción económica, política y ética, la somete a ser fugaz, esquiva, difusa y múltiple.

Kaufmann advierte sobre el peligro de rechazar la deriva axiológica de la sociedad presente, que él denomina “modernidad avanzada”, marcada por una crisis económica y política de origen ético, enarbolando el reclamo de un retorno hacia la identidad perdida, los valores tradicionales, la autoridad y la tradición, también fundamentalistas, integristas y esencialistas.

Proclama, con acierto, que hoy, más que nunca, la sociedad precisa de individuos autónomos, decididos a ser libres y racionales, “ya que solo la razón crítica puede combatir el desorden de unas pasiones asesinas”.

La pasión criminal, revestida de integrismo identitario y expresada en discursos políticos o religiosos, no puede continuar asediando la racionalidad, la libertad ni el derecho a la vida.



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