Un señor que se hace llamar “médico del pueblo” difunde un video en el cual se lamenta de que no podamos disparar libremente a los ciudadanos haitianos.
Dice además que familiares suyos fueron prisioneros de Trujillo, pero que, aunque eso le apene, ahora no queda otra que entregar el país a herederos del tirano.
Un joven comenta en un periódico digital que al autor de un artículo “hay que asesinarlo de un tiro en la boca”, solo por el hecho de no agradarle las ideas que lee.
Cuando alguien discute con un dirigente de esa corriente, sus seguidores no tardan en salir al combate y, sin ninguna preocupación por la Constitución y las leyes, proponen aplicar “fusilamientos”, “destierros” y “tomar medidas extremas” con quienes no comparten sus postulados.
Un grupo de dominicanos se aposta en la Puerta del Conde y, con protección de la Policía, insulta a quienes están reunidos, los amenazan de muerte y ofrecen golpizas a periodistas.
Cientos de personas después reclaman en redes sociales que a esos periodistas y manifestantes dominicanos se les “deporte por traidores”. Un periódico gratuito de circulación nacional los llama “miembros de un grupo extranjero” y enemigos de la seguridad del Estado, frente a lo cual exige medidas ejemplares.
Antes, un hombre fue matado a palos y colgado en Santiago, así como hubo linchamientos en Moca por un crimen que las víctimas no cometieron, fabricado por la mala prensa. Por esos días, también, fueron publicadas amenazas de muerte directas contra periodistas y comunicadores, a vista y paciencia de las autoridades.
Desde el trujillato y la ‘Banda Colorá’, nunca en República Dominicana se había respirado tal clima de odio, de violencia fanática y de desprecio por los derechos de los demás.
Los dirigentes y directivos de medios que se benefician de esto no se hacen cargo en absoluto de lo que están desatando. No lo condenan, no lo juzgan, no exigen que se detengan.
Lo dejan correr con total impunidad, temerosos de perder seguidores. Las autoridades penales, políticas y religiosas simplemente miran para otro lado.
El trujillismo no necesita a Trujillo, ni el balaguerismo a Balaguer. Ambos son, en esencia, la idea de que un propósito “histórico” justifica cualquier cosa: calumniar, insultar, difamar, dar el poder a corruptos, amenazar de muerte y hasta linchar.
Y a todo eso le ponen el rostro de Duarte y la bandera nacional, como si al hacerlo revistieran de virtud la atrocidad. Por eso un médico, formado para salvar vidas, reclama exaltado que tengamos derecho a matar libremente.
El propósito histórico puede ser “impedir el comunismo”, “preservar la moralidad y el orden”, “frenar la corrupción y la delincuencia”, “salvar la seguridad y la paz”, “detener la invasión haitiana” o “rescatar la soberanía y la nacionalidad”.
Todas las masacres, ausencia de libertades y pérdida de respeto a la dignidad humana se han amparado en esos lemas rimbombantes, y las perversidades perpetradas se han achacado a “fuerzas incontrolables”.
¿Se puede decir que así se defiende la patria? ¿Aparecerá alguien con desinterés y coraje para decir que esto no puede continuar? ¿Acaso hay algo más destructivo que inocular este clima de guerra despiadada entre compatriotas? Hemos vivido creyendo que las tiranías pasaron por nosotros y que se fueron con sus retratos y sus estatuas derribadas.
Pero las tiranías no existieron sin nosotros y sin penetrar profundamente en nuestros espíritus, volviéndonos a muchos, por acción u omisión, parte de las “fuerzas incontrolables” que solo llegamos a reconocer cuando terminan destruyendo nuestras vidas.