No soy la misma persona que empecé a escribir esta columna allá por el 2004 en este diario. Mucho ha llovido desde entonces.
Miro atrás, paso balance y, aunque la piel sigue siendo la misma -un poco más envejecida-, mi mente, corazón y alma están a años luz de aquella mujer, pero sigo teniendo las mismas fuentes de energía.
Se podría decir que mis creencias están intactas, solo algunos abollones. Sigo siendo abanderada de la amabilidad indiscriminada, aunque hay ocasiones que me cuesta un mundo mantenerla y practicarla, pues hay personas que son la “real prueba” de resistencia.
También sigo teniendo la certeza que en el cuidado de los detalles están los pilares de las buenas relaciones, a pesar de que, en las prisas y afanes, se “nos va la guagua”. No somos para nada perfectos.
Al igual que todos, tengo situaciones que me “sobrepasan”, que merman mi estado de ánimo, que me lastiman y entristecen, que me hacen tambalear y hasta caer. Tengo mis días grises y oscuros, esos en los que quieres estar solo contigo.
Cargo cruces que solo mi cuerpo sabe lo que verdaderamente pesan. He experimentado muchos desiertos y hasta he exclamado unos cuantos “¿por qué a mí?”. Todos hemos y seguiremos pasando por ello.
No estoy blindada ante la adversidad. Nadie lo está. Y mientras más vamos sumando años a la vida, a más situaciones físicas, emocionales y mentales estamos expuestos y más suceptibles somos a ellas.
Sin embargo, a pesar de todo lo que padecemos los simples mortales, hay una energía que nos empuja, que nos impide mantenernos por mucho tiempo en el suelo. Unos la tienen bien identificada, otros viven buscándola. Saben que existe, pero les cuesta identificarla y hacer uso de ella para seguir adelante.
En estos tiempos diferentes, atacados por una pandemia que ha mermado nuestra economía, salud y emociones, es cuando más difícil se nos hace mantener viva la llama de esta energía. Difícil sí, pero no imposible.
Por eso siempre ha sido importante identificar nuestras fuentes de energía y cómo mantenerlas vivas.
Si no sabes cuáles son, detente e identifícalas. No demores. Hace tiempo que sé cuales son las mías, esas que me levantan en momentos de dificultad y que me ayudan a levantarme. Ahora: ¿Lo sabes tú?