La victoria de Donald Trump el martes 5 de noviembre ha dado lugar a un intenso debate sobre cómo y por qué pudo ganar las elecciones un extremista como él, condenado en varias jurisdicciones por diversos delitos.
Para muchos la respuesta está en el atractivo que generan en la sociedad estadounidense su misoginia y racismo.
Creo que es un análisis incorrecto, porque si bien es cierto que sus opiniones sobre estos temas atraen a muchos votantes, no fueron éstos quienes le dieron la victoria.
Esos votantes lo apoyaron también en 2020 y no fueron suficientes para asegurarle el triunfo. Debemos reconocer que, esta vez, su votación subió entre las minorías raciales y las mujeres, mientras que la proporción de voto blanco disminuyó ligeramente con respecto al 2020. Incluso, varias iniciativas plebiscitarias liberales triunfaron en estados ganados por Trump.
Estos hechos no son compatibles con una victoria impulsada por el aumento del voto de los que odian a lasminorías. No hay que olvidar que el mismo electorado que escogió a Trump, votó por Barack Obama en el 2008 y el 2012.
De hecho, la diferencia entre Trump y Kamala Harris, la candidata derrotada, terminará rondando el dos por ciento o menos.
¿Dónde está, entonces, la razón de lo sucedido? La mayoría de los votantes señaló el estado de la economía como su principal preocupación.
La administración Biden logró que la recuperación económica luego de la pandemia fuera la mayor en todo el mundo desarrollado, pero llegó muy tarde para evitar que los votantes castigaran a su partido en las urnas.
Ese dos o tres por ciento de los votantes que rechazó a Trump en 2020, cuando era igualmente extremista, no cambió de opinión porque se radicalizó, sino porque entendió, correcta o incorrectamente, que la gestión demócrata no atendió adecuadamente sus problemas diarios.
Los extremistas han votado por Trump todas las veces en que se ha presentado, por lo que no pueden haber sido la diferencia entre las últimas dos elecciones.
Mal harían los demócratas en creer que perdieron porque los votantes son malvados, sobre todo cuando éstos han expresado claramente las razones de su insatisfacción.
Si algún consuelo queda, es que todo parece indicar que una parte importante de los ultraconservadores también están confundiendo las razones del triunfo, y, en democracia, ese es el camino a la derrota.