El Papa Francisco acaba de finalizar una memorable gira por los Estados Unidos de América.
El nivel de entusiasmo y popularidad generado por este religioso argentino con raíces italianas ha sido sencillamente desbordante.
Existen tres elementos que forman parte de su impronta y que lo convierten en un personaje especial y único:
Su carácter de inmigrante:
Nuestro Santo Padre, como lo ha expresado en varias ocasiones, incluyendo en la Casa Blanca y el congreso de los Estados Unidos de Norteamérica, es hijo de inmigrantes, y precisamente ahora cuando estamos frente a una de las más desgarradoras crisis de refugiados como la que se escenifica en Europa, y junto a esto, el proceso de siembra de odio que realiza un sector de la política estadounidense, Francisco será sin duda un ente de moderación y equilibrio.
Su conocimiento de la violencia:
Jorge Mario Bergoglio proviene de Latinoamérica y por ello conoce de primera mano las consecuencias de vivir en sociedades subdesarrolladas, que desconocen derechos, humanos, fundamentales, constitucionales, pero sobre todo conoce la violencia.
En un mundo cada vez más violento, y convencido, como él ha dicho, de que estamos en una “atmosfera de tercera guerra mundial”, el rol como príncipe de nuestra iglesia, para que no desemboquemos en una conflagración de la que jamás podrá haber ganadores, será crucial.
Solo detengámonos un minuto y pensemos que pase lo que esta atmosfera parece indicar, ¿se les ocurre alguien más idóneo para estar al frente de nuestra fe?
Su flexibilidad frente a dogmas:
La apertura que transmite Francisco para lograr avenimientos con otras iglesias y religiones, no tiene comparación alguna con sus antecesores. Apertura que posibilitaría el desmonte de radicalismos como los que nos llenan de asombro en los últimos años.
Estamos frente a un jerarca que respeta sus iguales, los coloca en posición de discutir sin imposiciones, y con ello zanjar diferencias. Sino compartirlas, comprenderlas.
Asimismo, nuestra iglesia católica se alejaba cada vez más de posibles creyentes al rechazar tajantemente a aquellos que, precisamente por la rigidez de dogmas, no se consideraban aptos para ser miembros de la misma.
La humildad, la sensatez y sobre todo la capacidad de usar “la vara de medir” al tratar temas como el de los gays o los divorciados, evidencian la inmensa visión de un hombre bendecido.
Es por ello, que sin dudas somos privilegiados, estamos viviendo un momento maravilloso junto a este enviado de Dios.
Francisco, en su tiempo perfecto.